El muerto viviente de Santa Anna.
En Barcelona, la actual calle de Santa Anna une de lado a lado la Avinguda del Portal de L’Àngel hasta La Rambla, en el centro histórico de la ciudad Condal. Este pedazito de historia de Barcelona en forma de calle, fue durante el siglo XVIII un lugar que las buenas gentes evitaban, puesto que era habitual encontrar prostitución, ladrones y vagabundos merodeando por ella. Fue en esa calle, justo donde hoy solo queda una iglesia dedicada a Santa Anna, donde un buen día un muerto se alzó en su interior.
Cuentan que desde el siglo XII, en la calle Santa Anna se ubicaba un monasterio dedicado a la Orden del Santo Sepulcro.
Lo que hoy queda de aquel lugar es una iglesia dedicada a Santa Anna construida en 1822, tras tres siglos de construcción. En el antiguo edificio de aquel monasterio, se situaba la Universidad, es por ello que la parroquia, incluso hoy en día, es conocida como la parroquia de los estudiantes.
En aquel tiempo, un joven estudiante que lucía una frondosa y larga barba murió. El joven fue velado aquella noche por dos estudiantes en el altar mayor, rodeado de cirios y ramos de flores.
Uno de esos compañeros aburrido y observando aquella barba, se giró hacia su compañero de velatorio para retarle con una chiquillada impropia del momento, ya que aseguró que sería capaz de arrancar tres pelos de la barba del muerto. Creyendo que aquello era una falta de respeto no lo aceptó y le pidió que se contuviera. El joven no pudo contenerse y le arrancó un pelo. Ambos notaron como el cuerpo se movía levemente, pero creyeron que la luz de los cirios les habían gastado una mala pasada. El joven volvió a arrancar otro pelo y, de nuevo, un leve espasmo volvió a manifestarse. Para aquel momento los dos estudiantes ya no tenían muy claro qué significaba aquello, por lo que para quitarse los miedos de encima y demostrar que allí no pasaba nada, le volvió a arrancar un tercer pelo. Orgulloso de su hazaña, se giró hacia su compañero como diciendo “ves lo que te decía”. En aquel instante el cuerpo del difunto comenzó a moverse con más intensidad, hasta lograr incorporarse de medio cuerpo. El joven, pelo en mano, se dio media vuelta observando aterrado aquel instante. El difunto abrió los ojos, que no expresaban ni un ápice de vida, y lanzó su mano agarrando el brazo del joven que lo había estado importunando. Los gritos de terror comenzaron a resonar intensamente en aquel lugar en plena noche, cuando el joven logró zafarse de un fuerte tirón y salir corriendo hacia la salida, el difunto agarró uno de los candelabros que tenía alrededor de su féretro y se lo lanzó con tanta saña a la cabeza de aquel irrespetuoso y antiguo compañero de estudios. Este tuvo la suerte de encontrar antes la salida al exterior y de que el candelabro se estrellara con tanta fuerza contra el marco de piedra, que al caer al suelo quedó visiblemente abollado.
Esta historia no tardó en circular por la universidad y por diferentes lugares de la ciudad, habiendo quienes la creían y quienes no. Para los que dudaban de lo sucedido, el sacristán de Santa Anna conservó durante años aquel candelabro lanzado por el muerto, para demostrar lo sucedido y, tal vez, dar una lección.
Así pues, creas o no en lo sucedido, Barcelona tiene su propia historia de muertos vivientes.
Comentarios
Publicar un comentario
Si quieres comentar, adelante, pero siempre con respeto. ¡Gracias!