Carlos “El Kaiser” Raposo, un fraude con botas de fútbol.
La historia del exfutbolista brasileño Carlos Herinque Raposo, no tiene desperdicio. Lejos de ser una vida ejemplar, la del “Kaiser”, como fue conocido por su supuesto parecido físico con el mítico jugador alemán o, más tarde, como “futbolista de farsa” no tiene parangón por la cara dura del propio protagonista.
Carlos Henrique Raposo nació en Río Pardo (Brasil) un 2 de julio de 1963, desde bien pequeño le gustaba jugar a fútbol y soñaba con convertirse en uno de los grandes, aunque no tenía ningún tipo de habilidad que lo hiciera especial. Lo que sí atesoraba Raposo, era una tremenda habilidad para relacionarse socialmente con la gente, sobre todo, con futbolistas importantes y de nivel de aquella época en el país carioca, además de para el engaño.
De esta forma, conociendo a personajes del fútbol brasileño como Carlos Alberto, Renato Gaúcho, Ricardo Rocha o a los mismísimos Edmundo o Romario, Raposo se fue asegurando su sueño de convertirse en futbolista internacional.
Estos jugadores lo recomendaban a los principales clubes del país, los cuales, haciendo caso al criterio de peso de esos referentes futbolísticos, corrían a entrevistarse con ese genio tapado del balón.
En aquellas entrevistas, Raposo aportaba un currículum falso y pruebas para respaldar su historia. En ese currículum destacaba que había jugado en Club Atlético Independiente argentino durante la temporada de 1984, el año que disputaron la última final de la Copa Libertadores que ganaron y la final de la Copa Intercontinental, que aseguró disputaron contra el Liverpool inglés ganándoles por 1 a 0. Raposo solía mostrar una foto en la que, supuestamente, posaba junto a sus compañeros justo antes del inicio de aquella Intercontinental. Aquello bastaba para convencer a esos clubes que, sin haber oído hablar nunca de él, ni corroborar su historia, corrían a firmar a aquel delantero habilidoso y goleador que venía con referencias.
Pero su historia, no se ajustaba precisamente a la realidad. Siendo cierto que Independiente consiguió la Copa Libertadores de aquel año y la Copa Intercontinental, Raposo no aparecía por ningún lugar. En la foto que solía acompañar en su exposición de éxitos, señalaba siempre a un jugador que se parecía a él. Esto que hoy podría parecer una artimaña bastante burda y cutre, en aquel momento, sin posibilidades de contrastar la historia por internet, lograba su cometido, aunque bien hubiera bastado con levantar el teléfono y llamar a algún directivo del club de Avellaneda. Por supuesto, su historial deportivo era todo una mentira.
Con esto, Raposo consiguió que en 1986 el Botafogo brasileño le fichara. Le seguirían el Flamengo que lo ficharía al año siguiente. Daría el salto fuera de sus fronteras en 1988 al Puebla mexicano y al El Paso Patriots de Estados Unidos ese mismo año. En 1989 volvería a Brasil para jugar en el Bangu y en 1990 llegaría a Europa para formar parte del Ajaccio francés, donde tampoco duraría demasiado, volviendo aquel año, de nuevo, a Brasil para integrarse primero en el Fluminense, luego en el Vasco da Gama y, por último, en el América FC.
Una carrera propia de cualquier futbolista de élite, pero que viniendo de Carlos Henrique Raposo, sorprendía a todos los que lo iban conociendo. Tanto sus compañeros de equipo, como entrenadores, detectaron rápidamente que, ni por asomo, Raposo tenía ni un ápice de aquel talento que tanto se le presumía. Solo hay que ver la cantidad de partidos jugados en cada uno de sus equipos, puesto que a excepción de Fluminense, donde consta que jugó en 5 encuentros, y en Bangu, donde solo consta jugar en 1, en todos los demás participó en 0 partidos.
Raposo no era tonto, sabía que deportivamente era un patán y si quería seguir manteniendo esa vida de desenfreno, con sexo, fiestas y demás excesos, cobrando como un futbolista profesional, debía encontrar la forma de ocultar la verdad a todos. Y lo conseguía fingiendo constantes lesiones. Las fingía nada más aterrizar en un club en los primeros entrenamientos o cuando veía que el entrenador lo iba a convocar para un partido. Si terminaba jugando, no duraba demasiado y se lesionaba. Cuando no tenía más remedio que viajar con el equipo, en el calentamiento o en el banquillo notaba molestias.
Es recordado un momento lamentable con Bangu, donde el entrenador le mandó calentar para entrar en el campo durante la segunda parte, cuando viéndose contra las cuerdas, no se le ocurrió otra cosa que encararse con un aficionado rival, lanzándose contra él e iniciando una pelea que le llevó a la expulsión sin necesidad de pisar el terreno de juego.
A Raposo sus propios compañeros y entrenadores lo calaban rápido y, cuando la situación ya era insostenible, llegaba a las directivas de esos clubes, que intentaban deshacerse de ese fraude con botas de fútbol que era Carlos Henrique Raposo.
Se pasó toda su carrera lesionado, incluso hubo algún club que contrató los servicios de un curandero para que sanara sus dolencias. Pero Raposo no tenía ninguna intención de recuperarse de ninguna de ellas.
¿Cómo logró engañar durante casi 20 años a todos? A los clubes queda claro que a base de mentiras sobre su experiencia profesional, a la prensa, según reconoció él mismo, sobornando a periodistas para que le hicieran reportajes que vendieran su historia y a médicos, pagando a médicos amigos para que realizaran informes de todo tipo que justificaran sus lesiones y periodos de baja.
“Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos”, era su justificación décadas después, cuando fue protagonista de un documental que destapó toda una vida fraudulenta, tanto o más, como la de Alberto Pizzinato que en 1948 engañó al RCD Espanyol, con la intención de convertirse en jugador profesional, sin ningún tipo de experiencia ni talento.
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