Los Malditos de Hope Mountain.

El Coronel Angust Roland, veterano de guerra y padre de familia, recoge en su diario el último y desesperado testimonio de los que vivieron en las sombras del rancho Roland.

Continuación del Relato Pandereta: La Maldición de Hope Mountain.

 

Mi nombre es Angust Roland, fui Coronel del ejército de los Estados Unidos y antes, fui Capitán del ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión. Espero que este escueto y apresurado diario, escrito desde un sombrío rincón de mi hogar, sirva para dar a conocer el horror que vivimos los últimos días de nuestras vidas.

Tras años sirviendo en el ejercito, me retiré con honores y pude permitirme vivir junto a mi familia, en un apartado rancho que levantamos con mucho esfuerzo y al que llamamos Roland Ranch. En el vivimos mi amada Sarah, mis hijos Joseh, Adam y Jimmy, las dos prometidas de mis hijos mayores Amanda y Ruth. También viven juntos a nosotros Morgan Brown, nuestro único empleado, que es como de la familia y Chingachgook, hijo de un nativo americano que sirvió bajo mis ordenes como guía y traductor y que tras su muerte, acogimos como un hijo más.


Los lobos.
DÍA I.



Todo comenzó durante la noche, cuando Chingachgook advirtió la presencia de lobos en nuestras tierras, muy cerca de casa. Esos lobos tenían un comportamiento extraño, ya que permanecían completamente inmóviles, casi impasibles, tanto que parecían dóciles. A Chingachgook le pareció un mal augurio, por lo que hizo un ritual para proteger al lugar y a la familia.

DÍA II.

En la siguiente noche esos lobos volvieron al mismo lugar. Esta vez decidimos salir y ahuyentarlos con disparos al aire. Apenas dieron resultado, hasta que Morgan decidió apuntar hacia ellos y cuando ese disparo pasó muy cerca de aquellas bestias, arrancaron a correr.

DÍA III.

En la tercera noche aquellos lobos no aparecieron. Revisamos el ganado, gallinero y a los caballos, pero no habían huellas ni marcas que mostraran que hubieran podido acceder y atacar a los animales. Para curarnos en salud, mandé a Morgan y Jimmy a que cabalgaran por la mañana hasta el pueblo y conseguir el material para reforzar el cercado.


El extraño observador.
DÍA IV.

Mientras Jimmy y Morgan preparaban a los caballos, yo me encontraba con Josh y Adam dentro de la casa, cuando Sarah gritó mi nombre. Rápidamente mis hijos y yo salimos de casa. El sol estaba en todo lo alto deslumbrando nuestra vista, Sarah, junto a las chicas,  me miró e hizo un gesto con la cabeza. Al mirar al frente pude divisar a lo lejos a un hombre de pie e inmóvil dentro de nuestra propiedad. Chingachgook llegó a la carrera y me entregó mi viejo rifle Winchester que agarré con firmeza. Josh y Adam ya estaban armados, con lo que pedí a Chingachgook que fuera con las mujeres. Jimmy y Morgan estaban cubriendo la retaguardia por si sufríamos alguna emboscada. Aquellas tierras habían sido nuestro hogar desde hacía años, pero todos sabíamos de lo peligrosas que podían llegar a ser en algunos momentos, por ello, saber defendernos era un requisito indispensable para prosperar lejos del lugar habitado más cercano.

Empezamos a avanzar firmes hacía aquel forastero. Aún estaba lejos, pero pude ver que estaba extrañamente abrigado para la estación en la que nos encontrábamos. Vestía un tupido abrigo y pese a que ya llevaba un rato bajo aquel intenso sol, no portaba sombrero alguno. Apenas podía ver bien su cara pero parecía muy desaliñado, con una barba larga y espesa que cubría casi toda su sucia cara. Llegado un momento decidí lanzarle a viva voz una clara advertencia: "Amigo, está en una propiedad privada. Si viene con malas intenciones, le aconsejo que de media vuelta y vuelva por donde vino. Vamos armados y no dudaremos en disparar". Aquel hombre continuaba de pie sin apenas moverse, mirándonos fijamente mientras ladeaba de forma inquietante la cabeza. 



Como si algo le hubiera espoleado, comenzó a correr hacía nosotros. Volví a advertirle, esta vez con tono seco y directo, pero ni pestañeó. Como no se detuvo apunté con seguridad y disparé a su pecho. Aquel desconocido se desplomó de espaldas sobre la hierba. El eco del disparo aún resonaba, miré hacía mi espalda donde Josh y Adam mantenían un rostro serio y preocupado. Jimmy y Morgan continuaban vigilando con un ojo puesto en lo que estaba sucediendo, mientras que Sarah abrazaba a las chicas en el momento que Chingachgook las acompañaba hasta dentro de la casa.Jamás había vivido algo igual y eso que había presenciado escenas en plena guerra,  que harían llorar hasta el hombre más curtido. 

Solo soplaba una ligera brisa que acompañaba un extraño silencio sepulcral. No había reparado en aquel silencio porque la tensión del momento nos había distraido de cualquier otra cosa. Bajé el arma e intenté relajar a mis dos hijos, cuando me sorprendió que volvieran a apuntar hacía aquel lugar. Al volverme vi como aquel hombre intentaba levantarse torpemente. Aquello tenía que ser imposible, estaba completamente seguro de haberle acertado en pleno pecho y de eso era imposible volver a levantarse. Cuando consiguió ponerse en pie escuchamos un extraño gruñir mientras escupía sangre a borbotones por la boca y su abrigo mostraba el disparo, por el que sangraba claramente. Volví a apuntar y, esta vez sin advertencia, le disparé en la cabeza, volándole la tapa de los sesos. Aquel mal nacido  volvió a caer, mientras en el aire se apreciaba la sangre que salió disparada de su cabeza, en una especie de niebla roja que se disipaba lentamente. Esta vez sí, no había duda de que estaba muerto.

Pasaron unos segundos hasta que mi hijo Jimmy y Morgan llegaron hasta nosotros y caminaron, aún apuntando al cuerpo de aquel hombre. Mandé a Josh y Adam que revisaran los alrededores para asegurar la finca. Cuando llegué hasta el cuerpo, Jimmy estaba buscando entre la ropa algo que identificara a aquel hombre. De aquel cuerpo emanaba un pestilente hedor, aunque algo nos sorprendió, y es que entre tanta ropa Jimmy encontró una estrella de Sheriff, en ella estaba grabado el nombre de Hope Mountain, el pueblo del otro lado de la montaña. Si aquel loco no era un impostor que había robado las pertenencias del auténtico Sheriff, nos encontrábamos ante un defensor de la ley que sin motivos aparentes, había llegado hasta aquí, lejos de Hope Mountain, para atacarnos. En uno de sus bolsillos encontramos una carta manuscrita con el nombre de Ed Chaney, Sheriff de Hope Mountain.

La noche la pasamos haciendo guardias y en completo silencio. En la cena apenas pudimos hablar tras lo vivido durante la mañana. Decidimos envolver el cuerpo en unas mantas viejas y dejarlo bien atado en el granero. Debíamos informar al pueblo de Hope Mountain de lo sucedido la mañana siguiente y hacer entrega de los restos mortales de su Sheriff, algo para lo que se ofrecieron voluntarios Jimmy y Morgan. Pero lo que realmente me tuvo completamente en vilo toda aquella noche, fue el contenido de aquella carta y un pasaje que no lograba quitarme de la cabeza:

Cuando los errantes crucen la montaña, ya será tarde. No habrá redención para nadie.
—Sheriff Ed Chaney.


Al quinto día, los “errantes” llegarán…
DÍA V.



La mañana del quinto día, Jimmy despertó con fuertes dolores y fiebres altas que impidieron que pudiera partir. Justo cuando Morgan, Josh y Adam se disponían a cargar el cuerpo de aquel Sheriff, empezaron a escucharse gritos. Dejé a Sarah con Jimmy y salí junto a Chingachgook de la casa. Lo que vi me dejó sin palabras. Rodeando la finca había un grupo numeroso de personas, todas ellas de pie mirando al frente totalmente inmóviles. Algunas de ellas tan abrigadas como encontramos al Sheriff Chaney, otras con camisones o con el cuerpo descubierto. Hombres, mujeres y niños habían penetrado el cercado. No entendíamos nada e igual que sucedió la mañana anterior, ninguna de esas extrañas personas hacían caso de nuestras advertencias. En vista de que nos superaban en número hice entrar a todos en casa para atrincherarnos, estaba convencido de que nos esperaba un asedio y debía preparar a mi familia para resistirlo. Aseguramos puertas y ventanas y nos armamos con todo lo posible, para hacer frente a una amenaza que no lograba entender.

Llegada la tarde aquellas personas apenas habían avanzado y fue ya, caída la noche, cuando se les unieron esos misteriosos lobos con los que empezó todo.


La montaña no olvida a los suyos.
DÍA VIII.



Han pasado tres días desde que nos atrincheramos en casa. 

Jimmy murió al poco de enfermar y como si el mismísimo demonio le hubiera tocado, despertó de forma agresiva atacando a su madre y sus hermanos. Adam murió tras ser atacado por su hermano y Sarah enfermó en horas. Tuve que sacrificar a mi propio hijo. Recé, apunté a su frente y fallé, mientras él me miraba con unos ojos que no eran suyos. 

No pude hacer lo mismo ni con Sarah, Joseh y Morgan,  a los que tras morir decidí encerrar atados de pies y manos en un cuarto. Ruth se suicidó poco después de morir Adam.

Solo quedamos Chingachgook, Amanda y yo... Angust Roland, camino de nuestro cuarto día confinamos. 

Ninguna de esas personas se ha movido y los lobos van y vienen dando vueltas a la casa, mientras devoran a nuestros caballos y demás animales. Creo que me estoy volviendo loco. No podemos mandar ningún mensaje de ayuda y los golpes y gritos endemoniados de nuestros muertos… minan mi propia razón. 

Chingachgook reza en una lengua que nunca logré entender y, luego como intentando consolarme, se gira y susurra “la montaña nunca olvida a los suyos”… 

Me pregunto si nosotros fuimos de los suyos alguna vez. 

Siento que lo que no consiguió la guerra, es más que probable que lo consigan esos engendros llegados del mismísimo infierno. 

Ed Chaney lo advertía en su carta, pero desgraciadamente su mensaje no llegó a tiempo. Aún así, espero que este escueto e improvisado diario sirva para transmitir lo que él no pudo: ¡Huyan de la maldición de Hope Mountain! Pues el mal de la montaña acecha. 

Que Dios bendiga a toda buena alma.

FIN.


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