Encuentro espectral en la Antigua Roma.

Tal vez, una de las primeras crónicas por escrito de un encuentro con el misterio, nos la legó el filósofo romano Plinio el Joven, cuando publicó el contenido de unas cartas enviadas entre él y su amigo, el senador de Tarraco Lucio Licinio Sura. Entre ellas destaca la referencia a un encuentro espectral, al que Atenodoro, un historiador y filósofo griego, aseguraba se había enfrentado en una fría noche, en el interior de una casa de Atenas, habitada por un fantasma.


Siempre según las cartas o memorias de Plinio, Atenodoro se encontraba en un viaje que le llevó a pasar por Atenas, este se paró frente a una casa en la que un cartel indicaba que se alquilaba o vendía. El precio, tanto para su alquiler, como para su venta, le llamó poderosamente la atención al considerarlo demasiado bajo, en comparación a los precios que se movían en Atenas. 

Extrañado, acudió a los propietarios y les preguntó los motivos para anunciarse a esos precios. Ellos le justificaron que, pese a que la vivienda no tenía ningún problema estructural, algo que sucedía en su interior les impedía descansar bajo su techo. Ellos le explicaron que una presencia espectral se les aparecía todas las noches, acompañada de sonidos de cadenas. Atenodoro quedó estupefacto y como hombre racional y de ciencia que era, se dispuso a hacer un alto en su camino y alquilar, por esa noche, aquella casa.

Atenodoro entró en aquella casa con la idea de pasar la noche, trabajar, pero también para experimentar qué era lo que realmente sucedía entre aquellas paredes.

Mientras Atenodoro se encontraba trabajando en sus cosas, sentado frente a la mesa a la luz de las velas, relató en su escrito que comenzó a escuchar un sonido metálico en la sala. Aquello no lo alteró, aunque no tardó en darse cuenta de que desde las sombras de esa habitación, comenzó a materializarse una figura de un hombre con una cabellera y barba larga y blanca, delgado y blanquecino, vestido con una especie de túnica blanca hecha jirones, que parecía tener grilletes en manos y pies, que le hacían desplazarse o levitar con dificultad.


En un arrojo de saber estar impresionante, Atenodoro pidió calma a ese fantasma, que parecía querer llamar su atención. Entonces, cuando el espectro prácticamente tenía esa mano esquelética sobre su cabeza, vio como lo que realmente estaba haciendo era señalarle un punto. Atenodoro decidió seguir al espectro, que se dirigió hasta el patio que había en la planta baja. Al llegar allí, el espectro se evaporó sin más.

Al día siguiente y tras hablar con las autoridades, aconsejó excavar en el terreno de aquel patio. Lo que se encontraron sorprendió al propio Atenodoro y los dueños que habían sido testigos, tantas noches, de esa imagen espectral. Se desenterró los restos esqueléticos de una persona que había sido enterrada allí y que, parecía tener unos grilletes de metal en sus muñecas y sus tobillos esqueléticos. Atenodoro pidió que se le diera un entierro digno y la aparición dejó de manifestarse.


Esto no fue lo único que Plinio compartió acerca de fantasmas en la época de la Antigua Roma, pues en sus cartas hay varias referencias al respecto, como puedes comprobar clicando en este enlace. Lo que está claro es que, además con sus relatos, seguramente consiguió inspirar esa idea primigenia del fantasma en sábana blanca y con cadenas. Toda una crónica del miedo, que muchos consideran auténtica.


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