Cuatro futbolistas y una casa encantada.

Durante el verano de 1998, cinco canteranos del Real Club Betis Balompié, con ilusión y futuro en el mundo del fútbol, decidieron compartir casa juntos en la ciudad de Sevilla, en una zona conocida como Ciudad Blanca, en Sevilla Este. Lo que relató uno de ellos en una conversación a mediados de 2022, con un periodista del periódico El Correo de Andalucía, dio a conocer la aterradora experiencia que vivieron en aquel lugar.

Los cinco canteranos verdiblancos, todos ellos gaditanos, buenos amigos y de entre 18 y 21 años, decidieron alquilar juntos una casa en el barrio de Dos Hermanas, concretamente en la urbanización de Ciudad Blanca. La Ciudad Deportiva Luis del Sol, inaugurada un año antes, estaba a unos escasos 15 minutos en coche y 30 minutos en transporte público, por lo que posiblemente les permitía no estar muy alejados de las instalaciones en un alojamiento económico.

José Manuel Pinto, que llegó a ser portero del Real Club Celta de Vigo y del F.C. Barcelona, a los pocos días fichó precisamente por el Celta y puso rumbo a una provechosa carrera en Galicia, dejando a sus cuatro compañeros en aquella casa de SevillaJuanito, que terminó siendo capitán de equipo, internacional con España y leyenda del club, Pablo Niño, que debutó con el Betis y fichó posteriormente por equipos como el Numancia o el Mérida, Pedro Curtido, que se convirtió en un futbolista que hizo carrera en la Segunda B andaluza y Manuel Robles, que jugó también en el primer equipo o en el Murcia, se convirtieron en compañeros de piso

Al poco de entrar a vivir, comenzaron a notar cosas raras en aquella casa. Sonidos y ruidos en habitaciones en las que no había nadie, susurros, luces que se encendían solas, puertas y ventanas que también se abrían y cerraban cuando estos se daban la vuelta, cosas que se movían, objetos que se caían destrozándose contra el suelo en mitad de la noche, espejos rotos, cuadros que se volteaban solos, colchones que ardían sin más, humos blancos que surgían de la nada o, incluso, algo que los marcó más si cabe, marcas de garras en la entrada.

Tras todo eso, ninguno de ellos fue capaz de volver a dormir allí tranquilo. Hablaron con vecinos, pero nadie les lograba poner sobre la pista de lo que sucedía en aquella casa. El padre de Manuel Robles, un empedernido escéptico, fue en su ayuda y acabó presenciando cosas que no era capaz de explicar. Hicieran lo que hicieran, no lograban calmar lo que fuera que habitara aquella casa, ni encontrar ayuda para superarlo. El propio casero pensó que estaban buscando alguna excusa para dejar la casa y romper el contrato. 

Finalmente, los chicos abandonaron aquel lugar. No volvieron a hablar del tema con nadie, por miedo a que aquello fuera un impedimento para sus carreras. Pero tras 25 años, mucho más maduros y con una visión más sosegada del asunto, decidieron hablarlo abiertamente. Hoy cada uno de aquellos antiguos canteranos del club verdiblanco, siguen guardando una excelente relación, tal vez debido a todo aquel miedo que pasaron juntos aquel verano de 1998 y que les unió más que cualquier cosa.

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