La historia real tras El Exorcista.

Todos conocemos la aterradora historia de la joven Regan, poseída por el demonio. William Peter Blatty escribió la novela en 1971, que se convirtió en todo un best seller que vendió cerca de trece millones de ejemplares. Este aseguraba que se inspiró en una noticia de 1949, publicada en el diario The Washington Post, en la que se daba a conocer el resultado exitoso de un exorcismo llevado a cabo a un joven, al cual se le llegaron a practicar 20 exorcismos. En 1973 llegaría otro bombazo en forma de entrega cinematográfica, la adaptación de su novela dirigida por William Friedkin. El Exorcista se convirtió en la gran película de terror de todos los tiempos, con escenas inolvidables que causaron más de una pesadilla. Años más tarde, se empezó a filtrar la verdadera identidad del protagonista de la historia, Robbie Mannhein, el seudónimo de un joven de 14 años de Maryland, que en 1940 empezó a sufrir en sus propias carnes, la crueldad de una posesión demoniaca. Los tiempos cambian y algunas historias no se olvidan ni se dejan de investigar. El verdadero caso que motivó la historia del Exorcista, es una de esas historias que aún nos guardan sorpresas.

Quienes ya han leído sobre el nombre de Robbie Mannhein, ya sabrán que era un seudónimo que pretendía ocultar al mundo la verdadera identidad del joven afectado. De hecho, mantenerlo en el anonimato completo fue una obsesión. 

La noticia que en 1949 publicaba el The Washington Post, hacía referencia a un tal Roland Doe, otro seudónimo que también pretendía proteger al verdadero protagonista. Una auténtica red tejida hábilmente, para despistar a curiosos. Pero en 2020, se consiguió, por fin, dar con la auténtica historia.

Fue el periodista Mark Opsasnick, obsesionado desde los noventa con la historia real detrás del Exorcista, el responsable de conseguir poner nombre a la auténtica Regan. El nombre que logró sacar a la luz fue el de Ronald Edwin Hunkeler, nacido el 01 de junio de 1935 y natural de Cottage City, un pequeño pueblo del condado de Prince George, en el estado de Maryland. 

Tras mucho preguntar entre los vecinos más antiguos de aquel pueblo, parecía que nadie conocía a ningún chico que hubiera vivido esa experiencia, hasta que dio con un vecino que le aseguró haber sido amigo, en su juventud, del padre Edward Hughes, uno de los integrantes de las sesiones exorcistas llevadas a cabo a Ronald. A partir de ahí, Opsasnick tan solo tuvo que ir tirando del hilo para descubrir la verdad. 

Tras hablar con un anciano padre Hughes y apoyado en un diario donde, los padres Bowdern y Bishop, dos religiosos jesuitas que también participaron en todo el proceso, y donde registraron al detalle todos los exorcismos que se realizaron y situaciones que se iban produciendo, pudo contrastar los datos conocidos de la antigua noticia del The Washington Post. Opsasnick pudo localizar exactamente el antiguo hogar de Ronald y su familia, confirmando a su vez los hechos que se hicieron famosos en el cine.

Ronald E. Hunkeler era un joven adolescente que, en enero de 1949, había comenzado a experimentar por primera vez con las fuerzas sobrenaturales. Su tía, una mujer muy aficionada al espiritismo, fue quien le comenzó a instruir en ese campo. De hecho, Opsasnick también pudo descubrir la identidad real de su tía, una tal Mathilda Hendricks.

Ronald no tardó en experimentar fenómenos extraños y aterradores en su propio cuarto. Su familia fue testigo también de como los objetos volaban por la estancia, se escuchaban golpes y ruidos violentos o, incluso, como su cama se sacudía fuertemente o levitaba, cuando Ronald se acostaba para dormir.

Su humilde familia de creencias protestantes, terriblemente preocupada y confundida, acudió directamente al pastor de su comunidad, Luther Schulze. Tras entrevistarse con la familia, Schulze les aconsejó acudir a médicos y psicólogos expertos, para que determinaran si Ronald pudiera sufrir algún tipo trastorno mental. Pero algo no debía de cuadrar, cuando Schulze trasladó el caso al laboratorio de parapsicología de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, tras no obtener respuestas en el campo médico.

Fue entonces, cuando el pastor Schulze habló con la familia y les recomendó entrevistarse, como último recurso, con un tal William Bowdern, un sacerdote católico y jesuita. Este, tras hablar con la familia y conocer a Ronald durante varios días, confirmó que el chico no estaba afectado por ninguna dolencia médica y que lo único que podía salvarle, era un exorcismo.

En marzo de 1949, se iniciaron los exorcismos, liderados por el sacerdote William Bowdern, que duraron dos largos meses. Fueron 20 duras y aterradoras sesiones de exorcismos, que los padres Hughes y Bishop presenciaron y ayudaron a llevar a cabo, registrando minuciosamente todo el proceso. 

Tras salvar el alma de Ronald, la obsesión de los religiosos, la familia y el propio chico, era la de mantener a toda costa el anonimato de las víctimas, para favorecer su vuelta a la vida normal y su futuro. Por ello, en la historia se cambiaron nombres y ubicaciones para complicar que periodistas y curiosos, pudieran descubrirles nunca. Los tres religiosos lo prepararon todo y juraron mantener el secreto. No fue hasta el fallecimiento de Ronald E. Hunkeler, el 10 de mayo de 2020, cuando decidieron que no tenía sentido seguir escondiendo su identidad y pudimos descubrir, quién era Ronald y su terrible experiencia.

Después de aquello, Ronald creció como cualquier chico de su edad, se graduó y fue a la universidad. Tuvo familia e hijos y llegó a trabajar durante 40 años, hasta su jubilación, en la NASA. Allí fue un notable ingeniero que patentó, nada más y nada menos, que la tecnología con la que fabricar paneles resistentes a extremas temperaturas, utilizadas en las lanzaderas espaciales. También colaboró en las misiones Apolo, que permitieron que el hombre pisando la Luna.

De todas formas, pese a que pudiera tener una vida plena y de éxitos, Ronald la vivió con el miedo a que fuera descubierto por su pasado, tal y como reconoció su mujer tras su muerte. Este, incluso cada año cuando llegaba Halloween, se marchaba de la ciudad temeroso de que cualquiera diera con él, acudiera a su casa y desvelara su gran secreto.

Ronald murió a los 86 años de edad, sin que sus dos hijas y un hijo estuvieran a su lado, ni tan siquiera fueran a su funeral, porque llevaban tiempo distanciados con su padre. Lo que su mujer no llega a explicarse, es como en los últimos instantes de su vida, un sacerdote católico se presentó por sorpresa en su propia casa, para administrarle la extrema unción. No conocían a ese sacerdote y no habían comunicado a nadie en la iglesia su estado.

Ronald E. Hunkeler nunca reconoció a su mujer que hubiera sido poseído, tan solo afirmaba, con más o menos seguridad, que su problema fue que “era un mal chico”.

Una revisión del origen de la auténtica historia, que hace que nos estremezcamos aún más al ver la película, que humaniza a su protagonista y que nos muestra las secuelas internas que pudo dejarle, una experiencia como aquella.

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