El incidente Goiânia.

El incidente de Goiânia es considerado el peor desastre nuclear fuera de una instalación nuclear, que muy pocas veces se recuerda. Provocó una auténtica alarma social, generando un gran número de muertes y enfermos que se extendieron por kilómetros más allá de su origen.


En septiembre de 1987, dos chatarreros de la ciudad brasileña de Goiânia, Wagner Pareira y Roberto Alves, accedieron a las instalaciones de un hospital abandonado de la ciudad. Una vez en su interior, llegaron hasta una máquina situada en la sala de radioterapia para enfermos de cáncer. La máquina había sido abandonada, como muchas otras, sin retirarse tras el cierre. Pereira y Alves abrieron la parte superior de la máquina, extrayendo una abultada caja de plomo, que cargaron en una carretilla, llevándosela a su casa. 

Valiéndose de unos destornilladores, lograron abrirla, descubriendo lo que  contenía. Un pequeño cilindro que portaba en su interior 19 gramos de Cesio-137, una sustancia altamente radioactiva y, por tanto, mortal en una manipulación totalmente inadecuada. Ellos desconocían por completo que era aquello, por lo que vendieron el cilindro a Devair Ferreira, que era propietario de un depósito de chatarra del barrio.


El cilindro emanaba un extraño brillo azul. Aquello maravilló a Ferreira, que en su ignorancia, pensó que tanto el cilindro como el polvo que desprendía al rascar la superficie, podía ser valioso e, incluso, mágico. Sin pensarlo ni un instante, se lo llevó a su casa donde familia, amigos y vecinos los fueron visitando para contemplar el objeto, jugar, frotarlo por sus cuerpos, llevarse trozos a sus casas, etc.

Pocos días después, cerca de una docena de personas fueron ingresadas en el mejor hospital de Goiânia, con síntomas que iban desde vómitos, diarreas, fiebres y caída prematura del cabello. Entre los primeros en ingresar una semana después de las primeras exposiciones fueron Pereira, Alves y Ferreira

El desconcierto de los médicos era mayúsculo, achacando todos aquellos síntomas a procesos alérgicos, debidos a la ingesta de algún alimento en mal estado. Pero hubo una persona que empezó a sospechar de los motivos reales. María Gabriela Ferreira, la mujer de Devair Ferreira, metió en una bolsa de plástico el cilindro y se marchó en autobús hasta el hospital más cercano, recorriendo kilómetros con aquel peligroso artefacto. El personal médico, se limitó tan solo a guardar el cilindro de cualquier manera y sin mucha importancia.


Los enfermos iban multiplicándose y los médicos ya empezaban a sospechar, que todo podría deberse a una contaminación radioactiva. Tras pasar 15 días de los primeros casos, se pusieron en contacto con el físico Walter Mendes Ferreira, de la agencia federal de prospección de uranio. Equipado con un detector de radiación, se desplazó hasta el hospital donde permanecía el cilindro para examinarlo. A tan solo 80 km de distancia del hospital, la aguja del detector de radiación empezó a moverse, indicando valores excesivamente altos para donde se encontraban.

Al llegar al hospital, Walter Mendes Ferreira detuvo a un bombero que salía precisamente de allí y que llevaba colgando de su mano, justo esa bolsa de plástico con el cilindro en su interior. Consiguió detenerlo antes de que arrojara dicha bolsa con su contenido, al río cercano. Automáticamente se ordenó la evacuación de las instalaciones y se inició una investigación para determinar cuál era el origen de esa radiación tan nociva.

Informadas las autoridades pertinentes, así como a la Comisión Brasileña de Energía Nuclear, se inicio todo un plan a gran escala para realizar pruebas médicas, tratar a los enfermos y descontaminarlos. Miles de personas fueron llevadas en autobuses de la policía, hasta estadios vacíos, refugios habilitados y hospitales de la zona, para realizarles pruebas médicas. A los más graves se les trasladó al hospital militar de Río de Janeiro. Según registros oficiales, un total de 110.000 personas fueron examinandas, de las que 249 se les detectó niveles considerables radiación en su cuerpo.



Pero las autoridades no se detuvieron ahí. Decenas de casas fueron derruidas, así como el taller de chatarra de Devair Ferreira. Los escombros, junto a muebles, sofás, electrodomésticos, vehículos, árboles e incluso mascotas, fueron sepultados en un lugar preparado a 20 km de distancia.




En aquel punto, el pánico entre la población era toda una realidad, y la gente no iba a quedarse de brazos cruzados. Pasado un mes, llegaron las primeras muertes debido a la alta radiación a las que se vieron expuestas numerosas víctimas inocentes. Los cuerpos fueron introducidos en féretros de plomo, para evitar que pudieran seguir contaminando, pero la gente no estaba de acuerdo y recibió a los primeros coches fúnebres con ladrillazos y piedras, pues no querían que fueran enterradas en el cementerio de la ciudad, por miedo a la contaminación.


Hoy aquel suceso se recuerda como una auténtica pesadilla. Décadas después, las consecuencias de aquel desastre las siguen padeciendo miles de personas como familias, vecinos, personal médico, bomberos o policías. Los niveles de radiación siguen notándose en la zona e, incluso, el cementerio de Godiânia, registra ciertos niveles de radiación en el lugar que se habilitó para el entierro de las víctimas que fallecieron. 

Un auténtico desastre nuclear, juzgado tibiamente en 1996, al condenar a tres años y dos meses de prisión por homicidio, a cinco personas responsables del cierre de aquel hospital y su desalojo completo, que vieron reducida su condena por servicios a la comunidad. Un desastre desatado por dos humildes chatarreros, que buscaban ganarse un poco de dinero, con el que sobrevivir un día más.

Comentarios

  1. Es irónico, algo parecido ocurrió en Monterrey N.L. en la década de los noventa. Un hospital decidió vendar la como chatarra el equipo medico si uso, y entre estos se encontraba una maquina parecida a la que describes. El chatarrero que la compro, la vendió más adelante y terminó siendo fundida para hacer barillas para construcción. Muchas personas enfermaron. Las casas con barilla radioactivas fueron abandonadas y después demolidas.

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