Relatos Pandereta: Atrapados.

Era un viernes de un inhóspito y extrañamente caluroso mes de mayo. Era principios de mes y parecía como si la primavera hubiera decidido rendirse antes de tiempo, para dar paso a un calor propio de agosto. 

Ya fuera por el calor o porque ese día no tenía que ser su mejor día, Héctor y Nadia discutieron aquella mañana antes de marcharse a trabajar. Tras un día sin apenas hablar con ella, se dispuso a conducir hacia casa de sus padres, donde le esperaban sus hijos. A las 22:00 de la noche y ya con Ana y Hugo montados en el coche, se despidieron de sus abuelos, arrancó y se dirigieron de camino a casa. 

Los niños reían y cantaban, asegurando no estar cansados y con ganas de juerga, una juerga que les duró poco más de 10 minutos, lo que tardó Hugo, su hijo pequeño, en dormirse. Ana aprovechó para ir echando alguna mirada por la ventana, viendo como el paisaje parecía correr en sentido contrario. El viaje casi llegaba a su fin, pero aquella calurosa noche de un viernes de mayo, aún les tenía preparada una sorpresa disfrazada de pesadilla.


Tras tomar el ramal de salida de la autopista, que les conducía hasta casa y que daba a una vía de doble dirección con dos carriles por cada lado, que se dirigía hacía el norte de la pequeña población donde residían, la radio comenzó a sufrir interferencias. Héctor intentó sintonizar manualmente la emisora, pero rápidamente perdió la señal. No le dio más importancia, porque quedaba poco trayecto hasta la salida que daba directamente a la zona donde residían. La carretera estaba iluminada, bien familiar para alguien que constantemente la transitaba, por eso no tardó en percatarse de que algo no andaba bien. 

El pequeño trayecto hasta la salida que debían tomar, se estaba tornando algo largo y demasiado confuso. Ya hacía rato que conducía solo por aquella carretera, nadie le había adelantado, ni nadie había circulado por el carril contrario. Miraba por el retrovisor y al fondo, detrás de ellos, a unos metros de distancia, no lograba ver más que oscuridad, lo mismo sucedía frente a ellos. Aunque lo más extraño era que no parecían llegar nunca al último ramal que debían tomar. Las mismas farolas, las mismas rayas pintadas de blanco en el asfalto, los mismos muros laterales en los que arriba de ellos asomaban los mismos árboles. Era como estar metidos en un ciclo, un bucle infinito.

Ana, la hija mayor, también notó que algo no iba bien y preguntó a su padre, el cual intentó quitar hierro al asunto: 
- Puede que me haya pasado la salida. Es tarde y estoy algo cansado. No te preocupes, ahora saldremos de aquí y daremos la vuelta.
Pero esa próxima salida tampoco llegaba.

Héctor cada vez se impacientaba más, tampoco ayudaba que Ana no lograra calmarse. Mientras conducía intentaba hacer funcionar la radio sin éxito. Agarró su teléfono móvil con la intención de llamar a Nadia, que debía estar llegando a casa a esas horas, pero tampoco parecía haber señal y el reloj digital del teléfono se había quedado detenido en la misma hora que la del panel del coche, a las 22:33 PM. Se giró un momento preguntando por Hugo:
- Sigue dormido. Dijo Ana.
Fue entonces cuando detuvo el coche en el arcén derecho y se giró hacia Hugo precipitadamente. Algo dentro de él le decía que aquella situación no era normal, se preocupó por su hijo intentando despertarlo, pero este no despertaba. Lo zarandeó, pero tampoco lograba nada. Ana lloraba nerviosa mirando esa escena, cuando su padre se dio cuenta y decidió intentar calmarla:
- Perdona. Vamos a hacer una cosa, quédate cerca de tu hermano y no le pierdas de vista, ¿de acuerdo? Voy a sacarnos de esta, pero necesito que confíes en mí y te calmes.
Cuando volvió a sentarse en el asiento del piloto, puso la mano izquierda firme sobre el volante y arrancó, a la vez que no dejaba de pensar “¿Qué mierda de pesadilla es esta?

Pasados unos minutos, todo se repetía extrañamente a su alrededor. El paisaje parecía un paisaje eterno e inacabable, algo imposible en un lugar que conocía como la palma de su mano. De nuevo detuvo el coche en el arcén, tomó aire y se giró hacia su hija Ana:
- Cariño, voy a salir del coche. Alguien tiene que pasar y cuando pase, le haré parar y pediré ayuda. ¿De acuerdo?
Dicho y hecho, se armó de valor y salió del vehículo mirando a ambos lados de la carretera, como intentando mantener un control del entorno y de la situación, que el mismo sabía que lo tenía prácticamente desbordado. En el ambiente se respiraba algo raro, un silencio tenso lo impregnaba todo y le erizaba los pelos del cuerpo. De repente, unos faros parecían emerger de la oscuridad. Tuvo que quitarse las gafas y frotarse los ojos para estar seguro de ello, puesto que en todo ese momento no había visto a nadie cruzarse con ellos. Cuando los faros se fueron acercando más, empezó a vislumbrar el color del coche que tampoco circulaba a gran velocidad. Con aspavientos y gritos intentó llamar la atención del conductor y conseguir que se detuviera. Aquel vehículo pasó lento, pero sin detenerse por su lado, por eso pudo comprobar que era de la misma marca, modelo y color que el suyo, aunque lo que le dejó más impactado fue reconocer a los tres ocupantes. Con unas caras aterradoramente blancas y con miradas perdidas, se pudo reconocer a él mismo y sus hijos viajando en ese coche que siguió su rumbo impasible, hasta desaparecer en la oscuridad que había más adelante. 

Volvió al interior de su coche con las piernas, temblándole como a un crío en mitad de la noche. Ana, sin poder entender que había sucedido, pedía explicaciones a su padre, que eran incapaz de encontrar las palabras que explicaran esa locura. Pero algo le hizo reaccionar, dando un volantazo brusco hasta colocar el coche en sentido contrario. Estaba dispuesto a salir de aquel lugar a toda costa, pero cuando estuvo a punto de cruzar esa oscuridad, un mareo les sobrevino a ambos que prácticamente les hace estrellarse contra el lateral. En el momento que recuperó un poco el sentido, se percató que estaban de nuevo en el sentido correcto de la circulación, como si algo les hubiera dado la vuelta, hasta devolverlos al sentido que estaban recorriendo desde el principio. Héctor detuvo el coche y al borde de las lágrimas y con la cara pegada al volante, solo lograba pedir perdón a sus hijos, cuando unos faros les alumbraron desde atrás. Desesperado volvió a salir, mientras en ese instante aquel vehículo de la misma marca, modelo y color que el suyo pasó rápidamente por su lado, alcanzando a ver de nuevo a los mismos ocupantes, aunque ahora riendo y aparentemente felices, acompañados de Nadia. 

Algo recorrió de arriba abajo su cuerpo, provocando que volviera a meterse en el coche, acelerando a fondo el motor, que despidió una gran cantidad de humo por el tubo de escape. A diferencia de la otra manifestación o lo que hubiera sido aquello, esos ellos eran felices, por lo que estaba dispuesto a alcanzarlos y llegar hasta donde se dirigieran para lograr escapar de allí. Pero a medida que aceleraba más y se acercaba a ese coche, más se alejaban hacia aquella oscuridad que ellos no parecían lograr alcanzar nunca. Antes de desaparecer por completo, pudo ver como aquellos faros traseros viraban hacia la derecha. En aquel momento, solo pudo negar a los cuatro vientos una y otra vez, desesperado y hundido.

Como si todo aquello no hubiera pasado, la oscuridad del horizonte que les había acompañado todo aquel tiempo, parecía desaparecer y el cartel de su salida apareció a pocos metros de ellos. Sin apenas pensarlo, dio un volantazo y salió, por pelos, de aquella maldita carretera que les había mantenido prisioneros en un trayecto infinito. Fue entonces cuando Hugo despertó, diciendo que había tenido un sueño realmente extraño. 

Al llegar a casa, Nadia les esperaba desconsolada, con signos visibles de fatiga y muy emocionada. Su viaje había sido terriblemente parecido al suyo. Fue entonces cuando todos se fundieron en un abrazo y se prometieron que jamás volvieran a separarse, no sin arreglar sus diferencias y problemas antes, pues podría ser la última vez que volvieran a verse.

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