La auténtica maldición de Tutankamón.

La muerte extenderá sus alas sobre todo aquel que se atreva a entrar en la tumba sellada de un faraón". El célebre arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter, descubrió el 4 noviembre de 1922 la Tumba de Tutankamón. Dicen que encontró en la antecámara de la tumba, una inscripción que hacía referencia a la maldición que se cernía sobre todo aquel dispuesto a perturbar el descanso eterno del faraón. Carter lo negó hasta el último momento de su vida, habiendo declarado en alguna ocasión al respecto que “Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas”. Pero pese a sus esfuerzos, jamás logró alejar el interés y creencia en esa maldición que, según se llegó a publicar, provocó la muerte de una treintena de personas presentes en aquel descubrimiento, entre ellas el propio Carter.




En el momento del descubrimiento, en el conocido como Valle de los Reyes, se encontró casi intacto el sepulcro que albergaba la momia del Faraón, ya que durante años había sido saqueada. Pese a ello el descubrimiento fue todo un hito en la historia, pero en la cultura popular lo que quedó fue la maldición que protegía dicha tumba. Hoy sabemos que no hay registro de tal inscripción y que de los 58 integrantes oficiales de aquel descubrimiento arqueológico, tan solo ocho murieron en el transcurso de los 12 años siguientes al descubrimiento. 





Los supuestamente afectados por la maldición de la Tumba de Tutankamón fueron: En 1923 murieron lord Carnarvon y su hermano, Archivald  Douglas Reid, que fue el encargado de radiografiar la momia. En 1928 murió Arthur Mace, quien abrió la cámara funeraria junto a Carter. En 1929 murieron el secretario de Carter, Richard Bethell y el arqueólogo del Museo Metropolitano de Nueva York, Alby Lythgoe. Y en el 34 morirían los directores del departamento del Museo Egipcio Del Cairo. Muertes que suscitaron cierto morbo y que alimentaron fantasías que llegaron incluso a exitosas novelas detectivescas, como las de Sir Arthur Conan Doyle.

La ciencia es la que nos aporta una explicación bastante más plausible y lógica. Está demostrado que en las momias halladas de diversas culturas, existen microorganismos dormidos entre sus tejidos que, al entrar en contacto con el ambiente, se activan y pueden ser inhalados con facilidad. Esos microorganismos son, por ejemplo, hongos de la especie Aspergillus o bacterias patógenas como los Staphylococcus y Pseudomonas, capaces de permanecer dormidos durante cientos y miles de años. Estos microorganismos pueden llegar a afectar seriamente la salud de aquellas personas, con los sistemas defensivos bajos o con diferentes patologías previas. Así es como se cree que algunos de los supuestos afectados por la maldición, murieron tiempo después de abrir el sarcófago de Tutankamón


Ya ves que la auténtica maldición, si la hubo, es mucho más terrenal que sobrenatural.



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