Relatos Pandereta: ¿No sabes rezar?, rezarás.

¿SABES REZAR?, REZARÁS.


Eran aproximadamente las 17:00 de una tarde soleada y calurosa de primavera. Aquel día nuestro joven protagonista salía de trabajar en la oficina administrativa situada en la tercera planta de un edificio de vecinos. Cuando llegó su hora agarró su mochila y se despidió hasta la mañana próxima. Normalmente para subir generalmente lo hacía por el ascensor, pero para bajar eran tantas las ganas de llegar a casa que bajaba casi a la carrera por las escaleras. Al llegar al portal y abrir la puerta, el sol ya de media tarde le acariciaba la cara, se detuvo a rebuscar en su mochila hasta que encontró unos auriculares que conectó a su smartphone.

El joven marchaba atravesando una conocida plaza del barrio con buen humor, escuchando la actualidad de su equipo de fútbol favorito por la radio y pensando en sus cosas. Vivía en casa de sus padres con su hermano y aquella tarde no tenía previsto verse con su pareja, así que caminaba totalmente tranquilo mirando a los críos jugar mientras atravesaba esa conocida plaza, que tenía a su vez un parque infantil y zona pública para el disfrute de los vecinos del barrio.

Justo casi llegando al final de aquel lugar nuestro protagonista se cruza con una mujer, él apenas repara en ella, pero nota como intenta llamar su atención y hace ademán de acercarse. Él echa la mirada atrás y ve a la mujer. Era mayor, posiblemente de unos 50 o 60 años, aunque podría aparentar más por su estética. Llevaba el pelo de un color gris recogido, con cierta palidez de piel, visibles ojeras y vestía ropas oscuras. La mujer esbozaba una sonrisa de aquellas aparentemente amables. Al detenerse se quita los auriculares y pregunta a la mujer: 

- ¿Dígame, que necesita?. 

Nuestro joven protagonista pensaba que la mujer andaba perdida y que tal vez necesitaba ayuda con alguna dirección. Cuando ella se le acerca le hace una pregunta, pero él en un primer momento no la entiende, así que le pide que se la vuelva a repetir. En ese momento algo en su interior se activa y le hace pensar que, tal vez, ese era uno de esos momentos en los que debería haberse hecho el sordo y no detenerse. 

- Perdóneme que le pregunte: ¿Cree que Dios existe

Nuestro protagonista en un primer momento no supo que contestar, iba preparado para dar indicaciones sobre la zona y aquello lo descolocó. En los segundos que transcurrían entre la pregunta y su respuesta, balbuceaba la que pensaba podía ser la mejor respuesta, en espera de no haberse encontrado con alguna devota de alguna iglesia o creencia que buscara afiliarlo o convertirlo a su fe. 

Le he visto y he pensado que parece una buena persona. ¿Qué me dice, cree en el Señor? 

- Pues, sí... si, claro.

La respuesta le salió prácticamente sin tiempo para madurarla, tal vez intuyendo que con ello contentaría a esa mujer y se marcharía tranquila, aunque a él no le estaba dando buena vibración. A la vez se esforzaba en parecer tranquilo y seguro. Él no se sentía no creyente, pero tampoco muy creyente. Siempre había supuesto que era de esos que, en el fondo, no creía, pero tampoco no dejaba de creer. Sus padres si lo eran, su abuela también, aún así nunca iban a misa ni tampoco rezaban, al menos no delante él. Cuando en ese momento la extraña mujer le realizó una petición que aún hoy, no comprende el motivo, que le hizo recorrer una fuerte corriente fría por todo su cuerpo.

- ¿Y usted reza? Porque, ¿sabe rezar, no es cierto?

“Dios, ¿en qué me he metido yo ahora?” Eso debía pensar nuestro protagonista, mientras igual que en la anterior pregunta, entre balbuceos, intentaba ahora sin posibilidad de poder demostrarlo en la práctica, contestar a esa mujer.

- Si... bueno. Emm... creo... claro.

De alguna manera no era capaz de mentir a esa mujer, se estaba metiendo en un lío que en sus adentros, algo le decía que le iba a ser complicado salir de ese extraño jardín en el que se estaba metiendo. Realmente alguna noción tenía de su niñez gracias a su abuela, pero él sabía que no iba a ser capaz de demostrarlo si de alguna forma ella le pedía rezar en ese momento. Por lo que empezó a prepararse internamente para, si fuera el caso, cortar por lo sano intentando no ofender y evitando un espectáculo delante de tanta gente. Pero no hizo falta, porque la siguiente petición que tenía preparada esa mujer, le dejó descolocado por completo.

- ¿Le puedo pedir entonces que rece unos padres nuestros por mi hijo? Lo está pasando mal, realmente muy mal y rezo cada día para que le vaya mejor, pero no encuentro suficiente consuelo. Por lo que he pensado que si usted reza también por él, podríamos conseguir que Dios nos escuche y tener más fuerza para lograr que todo mejore, ¿no cree? No se lo pediría si no fuera una buena persona.

En ese momento nuestro perplejo protagonista se encontraba totalmente helado. La mujer, que no dejaba de mirarle con esa sonrisa bien extraña y que le incomodaba, no especificó en ningún momento que le sucedía a su hijo, podría ser un problema derivado del trabajo, económico, incluso de amor... pero a él tan solo le venía a la cabeza enfermedad y muerte y con sus respuestas empezaba a sentir una, en el fondo creía, estúpida sensación de peligro.

- Si, claro... no se preocupe.

Contestó poniendo su mejor sonrisa e intentando disimular sus cada vez más evidentes nervios.

- Muchas gracias señor, me alegro de ver que aún hay gente joven que creen en la palabra y la voluntad del señor. Que Dios le bendiga y espero que siga siendo buena persona.

Ese “espero que siga siendo buena persona” acompañado de una última mirada penetrante no ayudó a su tranquilidad. En ese instante se despidió de ella e inmediatamente dio media vuelta reanudando su camino, sin mirar en ningún momento atrás.

La distancia que había desde aquel lugar hasta su casa, era tan solo de unos 15 minutos o 10 caminando rápido, pero se le hicieron eternos. No tardó en comenzar a pensar y los remordimientos y miedos empezaron a sobrevenirle. Aquella mujer pudo haber parado a otras personas con las que se fue cruzando, pero no lo hizo. La apariencia de aquella mujer era en parte de otro tiempo, no era habitual ver a una persona con esas ropas en aquel momento. Muy cerca de allí había una iglesia, con lo que podría ser el motivo de que esa persona aparentemente tan devota estuviera por allí. Pero algo en su aspecto le hacía sospechar, tal vez solo fueran prejuicios de alguien joven con respecto a una persona mayor, con creencias y costumbres más propias de otras épocas, pero sea como fuera, nuestro protagonista se retiró de aquel lugar rezando lo poco que sabía en bucle, hasta llegar a casa, solo esperando que aquello sirviera de algo para quien fuera... aquella mujer, su hijo o para el mismo. 

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