El Grinch existe, yo lo conocí.

Me hubiera encantado escribir por primera vez sobre este personaje navideño, muy de la cultura anglosajona, de una manera mucho más divertida y alegre como también merecen estas fechas, pero lo que viví el último fin de semana de noviembre junto a mi familia nos dejó, como poco, entre perplejos e indignados cuando conocimos al peor de todos los Grinch posibles.


Todo comienza en domingo, tras recibir mi hija de 5 años dos semanas antes una trabajada carta de Papa Noel en la que, a parte de explicarle lo buena que ha sido y que debe seguir siendo para permanecer en la lista de niñas y niños buenos, había un mapa con el que ir a encontrar este año a nuestro Tió. Y es que el Tió, para quienes no lo conozcan, es un personaje navideño tradicional de la cultura catalana y representado básicamente en un tronco mágico con barretina que las familias cuidan, arropan y dan de comer hasta el 25 de diciembre cuando tras golpearlo los niños con unos bastones, el Tió caga una serie de sorpresas y chucherías. Muy resumida la tradición.


Pues ese domingo nos dispusimos a salir en busca de nuestro Tió, que este año nos esperaba juguetón en el campo que tenemos al lado de casa junto a una arbolada frondosa. Hasta aquí todo marchaba perfecto con nuestra niña ilusionada e implicada en la búsqueda del Tió junto a su hermanito pequeño, cuando tras preparar su encuentro junto a un árbol y darme la vuelta para apenas caminar unos pasos en busca de la familia que buscaba por otro lado, vi que nuestro Tió había desaparecido. Por el camino en dirección al puente que llevaba a la zona urbanizable del lugar caminaban un padre y su hijo, cálculo de unos ocho u once años, de manera apresurada y como escondiendo algo entre las manos del niño. Cuando vi asomar la barretina roja de nuestro Tió solo logré a exclamar para mí: “no me lo puedo creer”. Lógicamente cuando llegó mi hija y mi mujer con mi hijo pequeño en brazos hasta donde deberían encontrarlo, intente guardar las formas y pedirles que siguieran buscando un poco más allá mientras disimuladamente salía corriendo.

Al alcanzar a ese padre y su hijo definitivamente pude ver a nuestro Tió con ellos, les detuve y les advertí que aquello era nuestro. En ese momento ese padre no tuvo reparos en hacerse el tonto y entregármelo como si aquello hubiera llegado hasta ellos por arte de magia. Lo único que me salió decirle es que le había arruinado la ilusión a la niña y en ese momento me llovieron una serie de reproches incomprensibles y fuera de lugar como por ejemplo: ¿Que no lo dejara allí?, ¿Que que esperaba que hiciera? o ¿Que pensaba, que encima tendría que haber ido a buscarme si realmente estaba allí al lado?. Entre otras estupideces además de una serie de amenazas con los brazos abiertos mientras desde ya la lejanía, porque no era el momento ni el lugar de discutirme con aquella persona delante de su hijo y con mi familia esperando que sucedía con su Tió, parecía pretender encararse conmigo pese habernos intentado robar una parte de nuestra Navidad cual Grinch pillado con las manos en la masa.

Afortunadamente logramos reconducir la magia del momento y sin que mis hijos se percataran de lo sucedido, encontrar a un Tió que llevábamos esperando que volviera a visitarnos desde hacía un año.

Reconozco que aquello pese a que intentaba disimularlo me amargó un momento que debería haber sido incluso para nosotros como padres muy especial. Nos marchamos del lugar pensando que un Grinch real y muy poco simpático, sin espíritu navideño ni tan siquiera sentido común ni valores pudo llegar a arruinar un momento mágico y único en el recuerdo de cualquier niño que llevábamos días preparando y esperando y del que, de haberlo perdido, hubiéramos tenido que afrontar la dura situación de explicarle a nuestra inocente pequeña que su querido Tió tal vez se había perdido este año... Ojalá no vuelva a suceder esto que me hace cada vez más avergonzarme de unas personas incapaces de tener un mínimo de espíritu infantil en sus venas.

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