Diciembre de agridulces recuerdos.

Hace poco lo hablaba con Natalia, mi mujer, como parecía que estas Navidades algo dentro de mi se había vuelto ha despertar, como si la ilusión de un niño, ese niño que aún tengo dentro de mi y que lleva años resistiéndose a abandonarme pese a lo que la vida me hace madurar. Una ilusión que estoy seguro a rebrotado poco a poco desde que somos papas, desde que mi hija Ona llegó a este mundo hace 5 años después de recibir un varapalo inesperado que por un momento hundió, dentro de mi, el mundo que estábamos construyendo. Algo me golpeó a mi y de rebote a mi familia en un momento importantísimo, pero gracias a ellos pude ir adelante sin caer porque merecía la pena seguir luchando por todo lo que aún tenía que llegar.

Tengo recuerdos fantásticos de mis Navidades de crío, de como me acostaba con aquella mezcla de ilusión e incertidumbre de lo que me iba a encontrar a la mañana siguiente, de los días de vacaciones que pasaba en casa jugando, viendo películas... en definitiva disfrutando como un enano. Recuerdos que hacen de estas fechas sin duda una expresión muy recurrida pero cierta, entrañables. Pero no todo es felicidad en estas fechas.
Este diciembre hace tres años en los que perdí a mi abuela, mi única iaia, a la única que pude conocer conscientemente y que amé hasta lo inimaginable. Aún recuerdo recibir la llamada de mi madre la mañana, creo que fue de un viernes en la que nos estábamos preparando para bajar a comer con mis suegros y luego marcharme a trabajar, cuando la noticia me golpeó en lo más hondo. Recuerdo estar de pie en el salón mirando por el ventanal que lo preside e intentando mantener el tipo mientras escuchaba a mi madre e intentaba a su vez averiguar algo al respecto cuando no pude resistir más y arranqué a llorar. Recuerdo las palabras tiernas de consuelo de mi madre y a mi mujer abrazándome mientras también se entristecía conmigo. Y es que la iaia Isabel se hacía querer, era y fue una mujer fuerte que tuvo que salir a delante con tres hijos tras la muete de mi abuelo, una mujer decidida con carácter, pero a la vez tierna y bondadosa. Aquello me rompió en pedazos esas Navidades que pese a todo debían ser alegres.

Escribo esta entrada con lágrimas en los ojos igual que cuando recuerdo a mi abuela cada día, porque cada día la recuerdo y me alegra saber que disfrutó del calor de su bisnieta, aquella que tanta ilusión le hacía conocer y que tuvieramos. Cada día imagino la ilusión que le hubieramos dado si la vida le hubiera permitido conocer a subisnieto, nuestro segundo hijo.

Se que me tenía mucho cariño y amor, lo sé porque se lo note toda la vida y solo espero que ella lo pudiera haber sentido por mi parte. Hoy la vida sigue como es normal y estas Navidades las intentamos vivir, si cabe con más ilusión también por Lucas, mi segundo hijo de 1 año, para que pueda notar parte de esa alegría e ilusión que todo niño y niña debe sentir en estas fechas.

En el futuro nos esperan inevitablemente momentos agridulces, pero como solemos decir en los momentos complicados o difíciles “de todo se sale” y tendremos que lidiar con los malos momentos sin olvidar los buenos, que son muchos.

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