El poder en la sombra: cuando tres magnates decidieron quién mandaba en la Casa Blanca.

En 1895, Estados Unidos vivía un momento de gran crecimiento industrial, pero no todo era un camino de rosas. Ese progreso no se repartía entre el resto de la sociedad. Mientras grandes fortunas amasaban fortunas enormes, la mayoría se empobrecían año tras año. Las huelgas de los primeros sindicatos paralizaban fábricas enteras y sus consecuencias, en ocasiones, terminaban con trabajadores muertos o heridos.



🔥 Esta entrada fue publicada originalmente en diciembre de 2014. Hoy la recupero actualizada.

El altavoz político que canalizó toda aquella indignación popular fue el candidato Demócrata para las elecciones de 1896 William Jennings Bryan, que prometía acabar con los monopolios, repartir la riqueza y sentar en el banquillo a esos magnates que con prácticas abusivas, exprimían a sus empleados en jornadas interminables y sin seguridad alguna. 

Su popularidad creció tanto, que comenzó a incomodar a esas fortunas más ricas del momento como J.P. Morgan, John D.Rockefeller y Andrew Carnegie. Juntos, su fortuna equivaldría hoy a las de las 40 personas más ricas del planeta. Los tres, que eran rivales hasta ese momento, entendieron que debían unir fuerzas para proteger sus imperios.

Su plan: fabricar un candidato a su medida. El elegido fue el republicano William McKinley. La estrategia fue tan quirúrgica como despiadada:

  • Campaña de miedo: en Wall Street y en la prensa se repitió que si Bryan llegaba al poder, el dólar se desplomaría y el país perdería la confianza internacional. 
  • Dinero a raudales: invirtieron 200.000 dólares de la época —millones hoy— para que el Partido Republicano gastara cinco veces más que el Demócrata. 
  • Medios comprados: artículos, panfletos y mítines que ensalzaban a McKinley y demonizaban a Bryan. 
  • Presión laboral: capataces y jefes vigilaban el voto de los trabajadores, recordándoles lo que podía pasar si no “elegían bien”. 
Morgan, Rockefeller y Carnegie marcaron la hoja de ruta del candidato W. McKinley y del mismo partido Republicano, que por colocar a su candidato en el poder, prefirieron mirar a otro lado. 

En noviembre de 1896, bajo ese clima de presión, ganó McKinley. Morgan, Rockefeller y Carnegie respiraron tranquilos: habían salvado su negocio y afianzado su control político sin necesidad de presentarse a las urnas.


Más de un siglo después, este episodio sigue siendo un recordatorio incómodo: el dinero privado puede moldear democracias, fabricar candidatos y mantener a ciertos poderes en la sombra…


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