El Fuego Griego, el auténtico Fuego Valyrio.

Si eres fan de la serie o de las novelas, sabrás que el Fuego Valyrio de Juego de Tronos, es el arma más temida y misteriosa de la exitosa obra de George R.R. Martin. Un arma capaz de arrasar ejércitos enteros, por muy poderosos y numerosos que sean. Pero lo que muchos desconocen, es que esta arma de enorme poder destructivo, se inspira en una real que evitó dos grandes intentos de invasión en la antigua Constantinopla, entre otros.


Fue durante los siglos VII y XIII cuando los bizantinos utilizaron un arma con la que se defendían de sus enemigos, que no eran pocos en aquella época, y que llegaban desde el mar amenazando la soberanía de la estratégica Constantinopla. Un arma de la que guardaron celosamente sus secretos, hasta el punto de que obligaron a los hombres que participaban en su elaboración, a aislarse por completo del mundo que les rodeaba para evitar filtraciones.

Los escritos que han sobrevivido de la época, hablan de un fuego inapagable, implacable y devastador que provocaba enormes daños. Aunque por aquel entonces en la capital del Imperio Bizantino la utilizaron en numerosos conflictos, la historia destaca dos precisos y decisivos momentos históricos. 

El Fuego Griego fue una novedosa y avanzada arma química que sorprendió en dos ocasiones a la poderosa y temible flota musulmana, que en un primer asedio llegó con una flota de 1200 barcos. Los árabes fueron sorprendidos por las defensas de Constantinopla, que les obligaron a retirarse llevándose con ellos a centenares de bajas y barcos hundidos. Y es que el Fuego Griego era capaz de arder en el agua, provocaba explosiones y un humo espeso, que aún provocaba mayor desconcierto entre las filas enemigas, que en su intención por apagarlo con agua, tan solo lograban avivarlo más. 


Ya fuera a bordo de sus barcos o apostados en lo alto de los muros frente al mar, las defensas de Constantinopla idearon artilugios hidráulicos que bombeaban el Fuego Griego expulsándolo a distancia sobre sus enemigos. Los soldados también lanzaban a sus enemigos una especie de granadas de cerámica, con la mezcla en su interior, que al romperse lo empapaban todo y, al entrar en contacto con el agua, prendían sin remedio.


El secreto de la fórmula de tal devastadora arma, murió con aquellos que la ocultaron, aunque hoy en día algunos científicos e historiadores creen haber descubierto uno de los secretos mejor guardados de la historia. 

El Fuego Griego se compondría de nafta, un componente del petróleo, y azufre. Tanto uno como el otro actuarían como combustible, a los que seguramente se le añadiría amoníaco, que proporcionaría a la mezcla el oxígeno necesario para que el fuego se alimentara. Pero, ¿cómo conseguir que una composición líquida como esa reaccionara y prendiera sola rodeada de agua? Esta pregunta también se vería resuelta, pues muy probablemente los técnicos responsables de esta arma, añadirían a la mezcla cal viva, que al contacto con el agua puede llegar a alcanzar temperaturas elevadísimas, más que suficientes para que se produjeran una serie de reacciones químicas, que terminarían prendiendo y generando un fuego muy difícil de controlar y extinguir. A todo esto, habría que añadir los gases tóxicos que generaría dicha mezcla al arder, que intoxicarían y envenenarían a todo aquel que los respirara.

El Fuego Griego proporcionó al Imperio Bizantino y a Constantinopla, una ventaja táctica y estratégica militar que, por mucho tiempo, dejó en jaque a grandes ejércitos. Pero llegó un momento en que sus enemigos aprendieron la lección y lograron evitar y contrarrestar esa defensa. Tras la caída de Constantinopla, muchas naciones antiguas ansiaron hacerse con la fórmula del Fuego Griego, pero está fue debidamente destruida. Muchos la intentaron replicar, incluido el mismo Imperio Bizantino, aunque ninguno alcanzó los niveles de destrucción de la fórmula original. 


Los historiadores atribuyen la creación del Fuego Griego hacia el año 670, a un arquitecto e inventor llegado de Siria y llamado Calínico que, a su vez, podría haber utilizado los estudio perdidos de Esteban de Alejandría, un gran alquimista y astrónomo en su tiempo, que llegó a Constantinopla en el 616.

Ya ves que la historia siempre nos guarda sorpresas y curiosidades, dignas de las mejores y más asombrosas historias de ficción.

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