El Strigoi rumano.

En el folclore rumano existe una creencia aterradora extendida incluso hasta nuestros días. El Strigoi es considerado por muchos un demonio, un vampiro que aterroriza a las buenas gentes de su alrededor. La cultura popular también asocia al Strigoi con una especie de bruja medio vampira que se desliza dentro de los cuartos de los más pequeños, para absorberles su fuerza vital a través de mordiscos mientras estos están dormidos. Las víctimas que se sospecha han muerto a causa de un Strigoi, acostumbran a ser enterraradas apuntaladas al suelo, aunque también se les puede llegar a encontrar enterradas con la cabeza separada del cuerpo, desmenbradas, con el corazón atravesado, clavos de hierro en la boca o rodeadas de ajos. Todas estas medidas se acostumbran a tomar para evitar que el alma del difunto, pueda volver a la vida en forma de Strigoi. Aquí es donde entra la figura de Ion Rîmaru, un asesino en serie condenado y ejecutado en la década de los 70, el cuál es considerado por la cultura popular rumana, el vivo ejemplo de que los Strigoi existen.


Ion Rímaru nació el 12 de octubre de 1946 en la ciudad de Corabia (Rumania). Su infancia no fue sencilla pues tuvo que presenciar las constantes palizas que su padre le propinaba a su madre. Durante su adolescencia Ion fue detenido por robo y por mantener relaciones sexuales con la hija menor de su profesor. 

Cuando sus padres se separaron Ion se marchó junto a su padre a Budapest. Allí lograría ingresar en la Facultad de Medicina Veterinaria, donde pese a su pobre formación académica y problemas evidentes de personalidad, logró licenciarse. Era una persona descrita por sus antiguos compañeros y profesores como muy tímido y esquivo, a la vez que, ya en su momento, advirtieron que acostumbraba a realizarse cortes en brazos y piernas cuando se encontraba angustiado o enfadado. Esas formas de actuar le llevaron a ser diagnosticado como enfermo mental.


Entre 1970 y 1971 se cometieron una serie de brutales asesinatos que mantuvieron en vilo a la sociedad rumana. Todos tenían como víctimas a mujeres, de las que muy pocas lograron salir con vida. Los delitos cometidos iban desde robos con violencia, intentos de violación, palizas, violaciones consumadas y, algo de lo más escabroso de todo esto, muchas de sus víctimas que aparecieron muertas presentaban brutales mordiscos en zonas íntimas, que les había arrancado incluso trozos de carne.


El 27 de mayo de 1971 Ion Rîmaru fue detenido por la policía, tras desplegar en toda Bucarest una operación especial para atraparlo. En una de sus últimas víctimas se encontró pelo de Ion Rîmaru, prueba que permitió a la policía rumana identificarle y darle caza.

El juicio duró dos meses pero finalmente fue condenado a la pena de muerte por los asesinatos de mínimo cuatro mujeres. Tras numerosos interrogatorios en los que estuvo presente el padre de Ion, Florea Rîmaru, el asesino confesó la autoría de unas 23 muertes.

El 23 de octubre de 1971 Ion Rîmaru fue trasladado hasta la prisión de Jilava, donde sería ejecutado, aunque antes de morir dejaría unas enigmáticas últimas palabras: “¡Llamad a mi padre para que vea que me va a pasar! ¡Hacedle venir! ¡Él es el único culpable de todo! ¡Quiero vivir!” Lo que quiso decir con eso fue todo un misterio, aunque las tradiciones populares tenían una explicación para lo que aún estaría por descubrirse del resto de la investigación.


Poco después de la ejecución de Ion Rîmaru, la investigación policial probaría que sus padres le habrían ayudado a ocultar pruebas sobre una de sus víctimas, concretamente un dinero que robo de la casa tras asaltarla y cometer el crimen. Aunque la justicia no podría juzgar nunca al padre de este, ya que moriría un año después al caer accidentalmente de un tren en marcha. Tras su muerte la policía descubrió un secreto ocultado durante años.


Las huellas de Florea Rîmaru, el padre de Ion, coincidirían con las huellas archivadas de unos antiguos homicidios que no pudieron resolverse. Florea Rîmaru resultó ser ese antiguo asesino en serie que un buen día dejó de actuar y pareció desaparecer del mapa. Los investigadores creyeron que tras nacer Ion, Florea habría dejado de matar, pero ¿que llevó a Ion Rîmaru a seguir los pasos de su padre? Y, tal vez lo más inquietante de todo ¿que quiso decir con sus últimas palabras: ¡Él es el único culpable de todo!”

La buenas y asustadas gentes de la calle creían tener la respuesta, Ion Rîmaru era un ¡Strigoi! y su padre también antes que él. De hecho la cultura popular explica sobre los Strigoi que, tan solo el alma de ese demonio puede ser transferido de padres a hijos, dato que explicaría el motivo por el que su padre dejó de matar al nacer Ion.

Realidad o simples creencias populares, Ion Rîmaru pasaría a la historia, a parte de como uno de los más terribles asesinos en serie de la antigua Unión Soviética, como el ejemplo más claro de la existencia de los Strigoi.


Comentarios