El Carnicero de Plainfield: la historia real detrás de Psicosis y La Matanza de Texas.
Norman Bates, Leatherface o Buffalo Bill tienen algo en común: todos nacieron de una misma pesadilla real. Detrás de esos nombres ficticios que marcaron la historia del terror se esconde un hombre de carne y hueso, Ed Gein. Un granjero solitario del pueblo de Plainfield, Wisconsin, cuyo nombre se convertiría en sinónimo de locura, profanación y muerte. Puede que, después de leer su historia, nunca vuelvas a ver Psicosis, La matanza de Texas o El silencio de los corderos de la misma manera.
🔥Esta entrada de octubre de 2017 ha sido actualizada y republicada, con mejoras en el contenido.
Una infancia marcada por la oscuridad.
Ed Gein nació el 26 de agosto de 1906. Gein era un niño introvertido, inseguro y maltratado por su padre alcohólico que también pegaba a su hermano. Fue un niño sobreprotegido por una madre con fuertes convicciones religiosas, que impedía que el pequeño Ed se relacionara con otros niños de su edad.
La relación de sus padres era profundamente tormentosa, con violentas discusiones hasta que su padre falleció, algo de lo que su propia madre nunca escondería su satisfacción. Durante prácticamente treinta y nueve años, tuvo una férrea educación y control por parte de su madre, que mezclaba severos castigos para que jamás cayera en el pecado.
Soledad en la granja y primeros signos extraños.
Tras la muerte de su madre en 1945, Ed Gein se quedó solo viviendo en la granja familiar y obligado a sobrevivir por su cuenta ofreciendo pequeños trabajos. En poco tiempo se ganó la reputación de manitas entre los vecinos de Plainfield, pero pese al reconocimiento de su buen trabajo su extraña personalidad hacía desconfiar a sus vecinos.
De aspecto enclenque, baja estatura, rubio y ojos azules Ed Gein se caracterizaba por ser un hombre esquivo y muy poco hablador, que cuando alguien entablaba alguna conversación con él, en ocasiones empezaba a reír de forma nerviosa o hacía comentarios muy poco apropiados.
El crimen que sacudió Plainfield.
El 8 de diciembre de 1954, un granjero de Plainfield entró en la Taberna de Hogan para echar un trago, pero lo que encontró no era precisamente lo que venía buscando. En la taberna no había ni rastro de Mary Hogan, la dueña del establecimiento, pero sí un gran reguero de sangre en el suelo.
Al llegar al lugar, el Sheriff comprobó que el dinero de la caja registradora y el resto de cosas de valor seguían allí, por lo que el móvil no podría haber sido el robo. Investigando un poco más a fondo, determinó que existían muestras de violencia en el lugar. Pistas que llevaban a creer que Mary Hogan había forcejeado violentamente con su agresor, para luego ser arrastrada hasta un vehículo, que pudo haber estado aparcado frente a la taberna. Alguien había cometido supuestamente un crimen y Mary Hogan permanecía desaparecida.
Un tiempo después Ed Gein reconoció intencionadamente o no al dueño de un aserradero, que le habían preguntado por Mary Hogan, contestando entre una sonrisa extraña y con los ojos casi en blanco: “No está desaparecida, ella está en la granja”. Incómodo por tan extraño comentario, el dueño del aserradero pensó que era otra locura del raro de Ed Gein y no le dio más importancia.
Pasaron unos años hasta que otro asesinato similar puso en alerta a las autoridades. El 16 de noviembre de 1957 era asesinada de un balazo con una escopeta de caza Bernice Worden, la dueña de la ferretería del pueblo. Igual que sucedió en diciembre del 1954, se descubrió el suelo encharcado de sangre, el dinero intacto en la caja registradora y el cuerpo de la víctima arrastrado hasta un vehículo. De nuevo en el punto de partida, pero esta vez con una posible pista, el libro de cuentas de la ferretería tenía anotado el último cliente atendido en ese día, su nombre era: Ed Gein.
El horror en la granja de los Gein.
Rápidamente, una pareja de policías interceptó a Ed Gein y lo arrestó para interrogarlo. De mientras, otra pareja de policías se desplazó hasta la granja familiar de los Gein para registrarla en busca de pruebas.
Cuando accedieron a la casa se encontraron con un cuerpo desnudo de una mujer, decapitado, colgado bocabajo del techo por un pie a través de un gancho y el otro, a través de un alambre conectado a una polea. El cuerpo presentaba una gran incisión que iba desde el pecho hasta la base del abdomen, dejando las vísceras al aire.
Aquello obligó en un primer momento a los agentes a salir a la carrera de la casa mientras pedían refuerzos, pero no sería la única experiencia que dejaría de piedra a aquellos hombres… y las imágenes que se conservan (que aquí obviaré por lo grotescas que son) dan buena fe de ello.
Entre gran cantidad de basura, mal olor, excrementos y todo tipo de objetos tirados por cualquier sitio, los agentes encontraron gran número de cráneos completos y otros abiertos a modo de cuenco, que podrían haber sido utilizados como platos o tazas. Metida en un armario encontraron una caja con la cabeza de Bernice Worden, la dueña de la ferretería. Al subir al piso de arriba el festival de los horrores continuó en la habitación de Ed Gein.
Rodeando la cama se encontraron más calaveras, dentro de su armario había un chaleco hecho con piel humana y un cinturón confeccionado nada más y nada menos que con pezones de sus víctimas. También se descubrió bien colocadas y ordenadas, máscaras humanas que Ed Gein había arrancado cuidadosamente, incluyendo el pelo. La piel de sus víctimas parecían no ser solo utilizadas para ropa o máscaras, porque se encontró piel humana en pantallas de lámparas, mangos de cuchillos o en muebles.
Dentro de tanto horror y locura, una habitación parecía mantenerse al margen de todo aquel infierno. Esa habitación era la de la madre de Ed Gein, que se había mantenido ordenada e intacta desde la muerte de esta, ya que fue sellada con tablones de madera por su hijo.
El juicio y los secretos de su mente.
Una vez acusado e interrogado, Ed Gein reconoció que los restos humanos esparcidos por la casa eran de nueve personas, aunque la mayoría eran cadáveres que el mismo había desenterrado del cementerio. Asumió haber asesinado a Bernice Worden, aunque decía no lograr recordar a las otras víctimas.
Ed Gein explicó que decidió tapiar la habitación de su madre al morir esta y que, durante el año después de su muerte esta solía hablarle todas las noches antes de dormir. Tras interrogarlo, se llegó a la conclusión que a partir del fallecimiento de su madre, fue cuando Ed Gein sintió una extraña obsesión por experimentar con la anatomía, hasta el punto de plantearse realizarse un cambio de sexo a él mismo, aprovechando las partes mutiladas de sus víctimas.
El Carnicero de Plainfield, como se le empezaría a conocer en la prensa, fue condenado por el asesinato de dos personas, aunque al ser diagnosticado como un enfermo mental se le decidió ingresar en un internado médico donde permanecería en una unidad de psiquiatría hasta los 68 años, siendo un recluso modélico hasta el fin de sus días.
El 26 de julio de 1984, Ed Gein moriría debido a una insuficiencia respiratoria y con él, uno de los asesinos más aterradores de la historia de Estados Unidos, así como algunos misterios que escondía su oscura personalidad. A petición propia fue enterrado junto a su madre en el mismo cementerio de Plainfield, aquel del que había estado profanando tantos cuerpos tiempo atrás.
El legado del Carnicero de Plainfield.
El caso del Carnicero de Plainfield es uno de los casos que despierta más interés entre los criminólogos, por lo complejo de su personalidad criminal. Los médicos dictaminaron que sufría de un síndrome de complejo de Edipo, debido a la influencia por la que estuvo sometido por su madre y que explicaría el motivo del por qué sus víctimas guardaban ciertos rasgos parecidos con ella.
Enterrado junto a su madre, Ed Gein descansa bajo la misma tierra que profanó. El Carnicero de Plainfield murió hace décadas, pero los personajes que inspiró siguen vivos, recordándonos que el terror más real no siempre está en la pantalla… sino en nosotros mismos.
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