El crimen del barbero de Córdoba.

La leyenda de Sweeney Tood parece tener versiones y ramificaciones en lo real, más allá de la mítica obra de Broadway. Una de ellas es la del Barbero asesino de Barcelona, la cual hay quien cree que pudo ser el origen para esa famosa leyenda inglesa, tras aparecer en un popular periódico de Inglaterra allá por 1846.

Pero los sucesos extraños protagonizados por barberos asesinos, parece no quedarse ahí, siendo la ciudad de Córdoba otra de esas ciudades que albergan en su crónica negra criminal a su propio Sweeney Tood, igual de real que el de Barcelona.


Un barbero ejemplar.

Tenemos que situar la historia en la ciudad de Córdoba en 1943. Allí, en los bajos de un edificio de la calle San Pablo número 6 de la ciudad cordobesa, tenía su barbería Francisco Reyes Soroche en un local pequeño.

Francisco era un vecino bueno y conocido en el barrio, de hecho, llegó a ser en 1931 presidente de la Sociedad de Peluqueros y Barberos cordobeses. Un personaje respetable.



Enrique Gallego Gómez era un cobrador del Banco Español de Crédito que, además, era amigo de la infancia de Francisco. Enrique era habitual que de camino a su casa, pasando por la barbería de su amigo, se detuviera para cortarse el pelo o retocarse la barba.


El día que todo cambio.

El 28 de enero de 1943, Enrique se paró delante de la barbería de Francisco y le preguntó a este si podía despacharlo. Francisco, que en ese momento no tenía clientes en la barbería, aceptó sin problemas y comenzó a prepararlo todo. Una vez Enrique se sentó y acomodó en el asiento dispuesto a ser atendido, Francisco preparó su navaja, agarró firme la cabeza de su amigo y lo degolló.

Francisco inmovilizó con fuerza a Enrique hasta que este se desangró, perdió el sentido y murió. Evitando que se desangrara por completo, taponó el corte y se dispuso a trasladar el cuerpo de su amigo hasta la trastienda del local. 


Un secreto tras la puerta.

Francisco dejó el cadáver de Enrique cerrado con llave e intentando camuflar el olor con gran cantidad de perfume, evitando que su sobrino, que ejercía por las tardes de aprendiz, pudiera entrar. De hecho, esa misma tarde Francisco mandó a casa a su sobrino, para ocuparse el mismo de la limpieza y recoger.

La barbería estaba situada en una calle bastante céntrica en una Córdoba que, para entonces, era más pequeña de lo que es hoy en día. Por ese motivo, Francisco ideo la manera de deshacerse del cuerpo sin levantar sospechas. 


El río como cómplice.

Durante varias tardes y tras cerrar la barbería este, ayudado por un serrucho, descuartizaría el cuerpo de su amigo en trozos pequeños. Cada noche, de vuelta a casa pasaba por el río Guadalquivir y allí, sin ser visto, lanzaba al agua un paquete con un pequeño trozo de Enrique.

Tras dos días sin aparecer, los vecinos, amigos y conocidos comenzaron a rumorear sobre el paradero de Enrique, esgrimiendo un posible idilio con otra mujer y su posterior fuga con la recaudación que cada tarde se ocupaba de recoger y guardar en su carpeta. 

Su mujer ya dio aviso a la Guardia Civil la misma noche del 28 de enero, pero los agentes no mostraron demasiado interés hasta pasado dos días.

Nadie se explicaba qué podía haber sucedido con Enrique, hasta que pasados unos días un comentario hizo sospechar.


El olor del miedo.

El sobrino de Francisco, tomando algo con varios vecinos y conocidos, argumentó que llevaba tiempo notando como su tío se había convertido en una persona malhumorada, que lo trataba y le hablaba mal. Pero lo que hizo levantar serias sospechas fue lo que siguió, puesto que no se explicaba por qué no le dejaba entrar en una trastienda que, por otro lado, hacía días que olía realmente mal. Algo que el sobrino achacaba a un problema con las cloacas.


La trastienda del horror.

Tras eso, alguien dio la voz de alarma a la Guardia Civil, que un día se presentó en la barbería de Francisco con orden de registrar el local. Cuando Francisco abrió la trastienda el olor a podredumbre prácticamente abofeteó a los agentes, hasta que arriba situada en un estante de la pared, encontraron la cabeza en estado de putrefacción de Enrique Gallego
Aquello fue lo único que le quedaba a Francisco por deshacerse de Enrique. 



Francisco dijo a los agentes que pese a que sabía que tenía que deshacerse de aquella cabeza, siempre que entraba en la trastienda veía la cabeza de su amigo con los ojos abiertos mirándole, siendo aquello lo que le hacía dejar siempre esa parte del cuerpo para el final, ya sea por remordimiento o miedo.

A la pregunta sobre lo que le motivó a asesinar de aquella forma a su amigo de la infancia, jamás lo desveló, asegurando que era algo que se llevaría a la tumba.

Francisco Reyes fue condenado a muerte por un Consejo de Guerra, en una España de postguerra. Dicen que cuando iba a ser ejecutado, este pidió a un guardia civil que le guardara los gemelos para entregárselos luego a su mujer. El guardia civil no tuvo problemas y se los guardó, lo extraño llegó tras el ajusticiamiento de Francisco. Mientras ese guardia civil se encontraba en el vestuario, su arma se disparó matando a un compañero. Tras aquello, se empezó a hablar de la maldición del Barbero asesino de Córdoba.


Un local marcado por la desgracia.

Hoy aquel antiguo local que albergaba aquella barbería sigue en pie, igual que el mismo edificio. El local ha tenido diferentes inquilinos con diferentes negocios, pero ninguno de ellos ha terminado por arraigar por más de 50 años desde el crimen que se cometió.

Hay quien piensa que algo malo quedó impregnado, que provoca que la mala suerte se cebe con quién lo habite. Sea como fuera, aquel atroz asesinato marcaría a una sociedad que no logra explicarse los motivos que llevaron a ese conocido y respetado barbero, a perpetrar semejante crimen.


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