¿Quién (o qué) es AKIRA?

En el universo del manga creado por Katsuhiro Otomo, AKIRA no es solo un título; es una fuerza dormida, un mito viviente, un símbolo del poder absoluto que la humanidad aún no está lista para comprender. Pero… ¿quién es realmente Akira? ¿Qué lo convirtió en el epicentro de la tragedia de Tokio? ¿Y por qué su sola presencia es capaz de dividir gobiernos, crear cultos religiosos y desencadenar la locura?


Desde que vi la película de animación que adaptaba al cine el manga de éxito mundial, la figura misteriosa y enigmática de Akira siempre me intrigó. 


Mientras que en el anime Katsuhiro Otomo hizo una serie de modificaciones que compactaron la trama, haciéndola más breve que en el manga donde la historia es mucho más extensa, Akira es mostrado más como un símbolo catalizador e, incluso mesiánico, rol que, por otra parte, también cumple en el manga, pero de forma más trabajada.


Según el manga, Akira fue un experimento llevado a cabo por los militares japoneses a principios de la década de los 80. Se sometieron para estos experimentos a niños, con la intención de estudiar y manipular las capacidades psíquicas de los seres humanos. Aunque ni en el manga, ni en el anime se da su nombre real, se conoce que el niño conocido como Akira fue el experimento número 28, un niño callado e introvertido de unos 10 o 12 años de edad. Durante esos experimentos, lo que no esperaban los científicos militares que los llevaron a cabo, es que en el sujeto número 28 se despertara un poder tan descomunal que escapaba a toda lógica y control.


Durante uno de esos experimentos de laboratorio con el sujeto número 28, Akira pierde el control de todo su poder, causando una explosión psíquico-nuclear que destruye toda Tokio, dando inicio a la Tercera Guerra Mundial.



Tras esta hecatombe de proporciones bíblicas, el gobierno japonés decide criogenizar por partes el cuerpo de Akira en una cámara especial situada justo debajo del Estadio Olímpico de Neo-Tokio, la nueva Tokio reconstruida tras esa debacle nuclear, con la intención de seguir estudiándolo de forma segura y sin despertar su poder latente. 


Mientras Akira se encuentra en esa fase contenida, no está ni muerto ni vivo como tal, pasando a convertirse en un símbolo latente en la sociedad nipona de Neo-Tokio inspirando temor en el gobierno, fascinación en la ciencia y, a nivel religioso, adoración por quienes lo consideran una deidad a la que veneran a la espera de su resurrección, así como un demonio por el que los malos augurios conducen a una nueva destrucción a escala mundial.


En resumidas cuentas, Akira, sin ser un personaje tangible como tal, representa al fin y al cabo un símbolo del potencial y el peligro de la evolución humana.


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