Reflejo de obsesión.
Martín Guitard era un periodista freelance de unos 32 años que
residía en Barcelona junto a su pareja, Lucía Garrido de unos 28. Ambos
vivían en un amplio apartamento en el casco antiguo de la ciudad, uno de
esos antiguos protegidos por su valor histórico, con techos altos y
suelo de un viejo parquet que crujía a cada paso que se daba sobre él. A
Martín cada vez le era más complicado que le compraran cualquier
reportaje, incluso llevaba años sin estar a nómina de ningún buen
periódico. Hasta que consiguió que le contratara una de
esas revistas que tratan temas misteriosos llamada
“Luces y Sombras”. Había conseguido que le publicaran algún caso de casa
encantada en la ciudad e, incluso, el de una supuesta vidente que había
colaborado con la policía. Nada del otro mundo, la verdad es que eran historias
sin mucha base demostrable más allá de testimonios, en algún caso
confusos, e investigadores expertos en esas cosas que daban más o menos
credibilidad, pero que le valían para cobrar a final de mes. Y es que
este tipo de asuntos atraían a mucha gente interesada en lo paranormal, más de lo que él mismo había imaginado.
Una mañana nada más llegar a la oficina, su jefe le pidió reunirse con él. Cuando Martín entro en ese desordenado despacho, se sentó en una vieja silla con el respaldo rasgado por el que asomaba la espuma que lo rellenaba. Frente a él su jefe, un tipo mayor y desaliñado, que estaba al otro lado de la mesa sentado en uno de esos antiguos butacones de piel agrietada con ruedas. Aquel hombre con gafas y una larga barba blanca, medio amarillenta por culpa de años de fumar y un exceso de cafés, se dirigió a él en un tono firme, pero que transmitía confianza:
"Martín, te he llamado porqué quería hablar contigo de tú a tú. Chaval, desprendes algo bueno, lo supe desde el primer día que entraste por la redacción. Últimamente no se encuentran periodistas como tú, como los de antes. Tú trabajo a sido bueno, pero creo que puedes darnos algo mejor. Por ello, voy a encomendarte algo. Deberás investigar a fondo y traerme una historia que merezca ir en portada, te voy a dar un mes. Estoy seguro de que encontrarás algo que de miedo o sobrecoja al leerlo." Dijo su jefe.
"De acuerdo jefe, ¿tiene algo en mente?" Preguntó Martín.
"Confío en tú criterio y espero que me traigas una gran historia. Si lo haces tienes un puesto asegurado como responsable de contenido." Replicó su jefe mientras le daba la mano en un gesto de confianza.
Cuando salió de aquel despacho sintió una mezcla de alegría, pero también una sensación traducida en dos palabras que se repetían en su cabeza: “Menudo marrón”. Hasta entonces le había bastado con las típicas historias, pero ahora debía encontrar LA HISTORIA y sentía que andaba algo perdido. Aquella mañana se puso manos a la obra y empezó a indagar.
Un buen día mientras bajaba a comprar el pan, escuchó a dos vecinas del barrio que hablaban sobre la muerte de otro vecino, más bien cuchicheaban sobre él. Por lo visto la mujer de ese vecino fallecido era una mujer muy supersticiosa y aseguraba, que al no haber tapado los espejos de su casa, el espíritu de su marido quedó atrapado en uno de ellos. Era tal esa creencia que afirmaba que la estaba volviendo loca, por lo que decidió desprenderse de ellos. Aquello le llamó la atención y entonces lo supo: ¡Ya tengo mi historia!
Martín entrevistó a esa vecina, su historia, etc. También se documentó en la biblioteca con libros que trataban sobre el tema, leyendas, supersticiones ancestrales, tradiciones culturales e, incluso llegó a entrevistar a investigadores de lo paranormal, conocidos por aparecer en populares programas de televisión y radio. Recabó en poco tiempo tal cantidad de información con la que poder trabajar en un buen artículo, que se volcó por completo en ello.
Siempre había sentido cierto reparo cuando se encontraba en un lugar con varios espejos, incluso llegaba a no sentirse cómodo cuando había tenido que dormir frente alguno. Lo que no se había planteado nunca era la relación que podían tener ese tipo incomodidades, con la mismísima tradición cultural que heredamos casi genéticamente, de generación en generación y que, aunque lo desconozcamos, está ahí tan latente en todos y todas. Todas aquellas historias, leyendas y tradiciones que lejos de perderse del todo, seguían ahí dispuestas a que Martín pudiera investigarlas y estudiarlas a fondo. De hecho, en ese instante fue cuando aquella investigación periodística se tornó, tal vez, en una grave obsesión.
Martín empezó a dedicarle tanto tiempo a ese tema de los espejos, que se encerraba largas horas en su despacho hasta incluso apenas salir, ni tan siquiera para comer. Lucía comenzó a preocuparse cuando Martín le hablaba de extrañas voces que salían de uno de los espejos que se trajo a casa, como el decía al principio de todo, eso lo hacía para estudiar y comprobar si esas historias podrían llegar a sugestionarlo. La cosa se complicó aún más cuando ya no eran voces lo que aseguraba escuchar, si no que también decía que escuchaba pequeños golpes y reflejos de personas en esos espejos.
Un buen día, ya con la relación muy enturbiada con Lucía, esta se encontró todos los espejos de casa tapados, incluso las ventanas habían sido forradas con papel de periódico para evitar cualquier reflejo. Nada parecía escapar a esa extraña obsesión, que nublaba el sentido común de Martín. Fue entonces, cuando muy a su pesar, Lucía decidió abandonar su hogar dejándole solo con sus demonios.
Llegó la fecha límite en la que Martín se comprometió a entregar su artículo, sin que nada ni nadie supiera de él. Ante la preocupación de Lucía y el resto de su familia, que seguían sin poder ponerse en contacto con él ni acceder a la vivienda, decidieron denunciar a la policía aquella situación, alegando un episodio de locura por parte de Martín que podría poner en peligro su propia vida. El día que consiguieron, con la ayuda de la policía local y los bomberos acceder a la vivienda, lo que encontraron les sobrecogió el alma.
Todo el lugar parecía patas arriba, había restos de comida sin recoger por la cocina y la mesa del salón, entre papeles de todo tipo como artículos de revistas, periódicos y artículos impresos de páginas de Internet. Las paredes de la casa estaban repletas de anotaciones de todo tipo, algunas de ellas debían formar parte de su investigación, otras eran conjeturas sobre el poder ancestral de los espejos, accesos a través de ellos a dimensiones paralelas, otros mundos o el más allá. Otra de las cosas que Martín parecía haber apuntado eran nombres y apellidos de personas, podrían haber decenas de nombres acompañados todos ellos por una cruz negra y símbolos incomprensibles. El olor que impregnaba el lugar tampoco era nada agradable y no hacía presagiar nada bueno.
Los bomberos al llegar al baño finalmente encontraron el cuerpo de Martín tirado al lado de la bañera. Aquella imagen heló la sangre de los que lo descubrieron. Martín estaba blanco como la nieve, incluso su pelo tenía un aspecto canoso. Aunque lo más extraño de todo, lo más sobrecogedor fue el gesto de su cara. Martín parecía haber muerto literalmente de miedo, con la boca desencajada y los ojos abiertos como platos, que transmitían auténtico terror. Su cara delgada y tensa, igual que su cuello, aún hacía estremecer a quién contemplaba aquella escena. Cuando un agente de policía que se encontraba en el lugar quiso ver donde detuvo Martín su última mirada, vio como el espejo del baño que había estaba tapado con papeles, ahora quedado al descubierto por una parte. Esa pequeña parte reflejaba la imagen de Martín.
¿Pudo haber muerto Martín Guitard al contemplar su reflejo degradado por culpa de su propia obsesión? ¿Realmente su investigación le sugestionó de tal forma, que llegó a creerse todas esas supersticiones? o, de lo contrario, ¿Acabó muerto por culpa de la maldición de los espejos? Estas fueron, curiosidades de la vida, las preguntas que complementaban el título de la gran noticia de portada de la revista donde trabajaba, pero en lugar de ser él su autor, terminó por ser su fatal protagonista principal.
Una mañana nada más llegar a la oficina, su jefe le pidió reunirse con él. Cuando Martín entro en ese desordenado despacho, se sentó en una vieja silla con el respaldo rasgado por el que asomaba la espuma que lo rellenaba. Frente a él su jefe, un tipo mayor y desaliñado, que estaba al otro lado de la mesa sentado en uno de esos antiguos butacones de piel agrietada con ruedas. Aquel hombre con gafas y una larga barba blanca, medio amarillenta por culpa de años de fumar y un exceso de cafés, se dirigió a él en un tono firme, pero que transmitía confianza:
"Martín, te he llamado porqué quería hablar contigo de tú a tú. Chaval, desprendes algo bueno, lo supe desde el primer día que entraste por la redacción. Últimamente no se encuentran periodistas como tú, como los de antes. Tú trabajo a sido bueno, pero creo que puedes darnos algo mejor. Por ello, voy a encomendarte algo. Deberás investigar a fondo y traerme una historia que merezca ir en portada, te voy a dar un mes. Estoy seguro de que encontrarás algo que de miedo o sobrecoja al leerlo." Dijo su jefe.
"De acuerdo jefe, ¿tiene algo en mente?" Preguntó Martín.
"Confío en tú criterio y espero que me traigas una gran historia. Si lo haces tienes un puesto asegurado como responsable de contenido." Replicó su jefe mientras le daba la mano en un gesto de confianza.
Cuando salió de aquel despacho sintió una mezcla de alegría, pero también una sensación traducida en dos palabras que se repetían en su cabeza: “Menudo marrón”. Hasta entonces le había bastado con las típicas historias, pero ahora debía encontrar LA HISTORIA y sentía que andaba algo perdido. Aquella mañana se puso manos a la obra y empezó a indagar.
Un buen día mientras bajaba a comprar el pan, escuchó a dos vecinas del barrio que hablaban sobre la muerte de otro vecino, más bien cuchicheaban sobre él. Por lo visto la mujer de ese vecino fallecido era una mujer muy supersticiosa y aseguraba, que al no haber tapado los espejos de su casa, el espíritu de su marido quedó atrapado en uno de ellos. Era tal esa creencia que afirmaba que la estaba volviendo loca, por lo que decidió desprenderse de ellos. Aquello le llamó la atención y entonces lo supo: ¡Ya tengo mi historia!
Martín entrevistó a esa vecina, su historia, etc. También se documentó en la biblioteca con libros que trataban sobre el tema, leyendas, supersticiones ancestrales, tradiciones culturales e, incluso llegó a entrevistar a investigadores de lo paranormal, conocidos por aparecer en populares programas de televisión y radio. Recabó en poco tiempo tal cantidad de información con la que poder trabajar en un buen artículo, que se volcó por completo en ello.
Siempre había sentido cierto reparo cuando se encontraba en un lugar con varios espejos, incluso llegaba a no sentirse cómodo cuando había tenido que dormir frente alguno. Lo que no se había planteado nunca era la relación que podían tener ese tipo incomodidades, con la mismísima tradición cultural que heredamos casi genéticamente, de generación en generación y que, aunque lo desconozcamos, está ahí tan latente en todos y todas. Todas aquellas historias, leyendas y tradiciones que lejos de perderse del todo, seguían ahí dispuestas a que Martín pudiera investigarlas y estudiarlas a fondo. De hecho, en ese instante fue cuando aquella investigación periodística se tornó, tal vez, en una grave obsesión.
Martín empezó a dedicarle tanto tiempo a ese tema de los espejos, que se encerraba largas horas en su despacho hasta incluso apenas salir, ni tan siquiera para comer. Lucía comenzó a preocuparse cuando Martín le hablaba de extrañas voces que salían de uno de los espejos que se trajo a casa, como el decía al principio de todo, eso lo hacía para estudiar y comprobar si esas historias podrían llegar a sugestionarlo. La cosa se complicó aún más cuando ya no eran voces lo que aseguraba escuchar, si no que también decía que escuchaba pequeños golpes y reflejos de personas en esos espejos.
Un buen día, ya con la relación muy enturbiada con Lucía, esta se encontró todos los espejos de casa tapados, incluso las ventanas habían sido forradas con papel de periódico para evitar cualquier reflejo. Nada parecía escapar a esa extraña obsesión, que nublaba el sentido común de Martín. Fue entonces, cuando muy a su pesar, Lucía decidió abandonar su hogar dejándole solo con sus demonios.
Llegó la fecha límite en la que Martín se comprometió a entregar su artículo, sin que nada ni nadie supiera de él. Ante la preocupación de Lucía y el resto de su familia, que seguían sin poder ponerse en contacto con él ni acceder a la vivienda, decidieron denunciar a la policía aquella situación, alegando un episodio de locura por parte de Martín que podría poner en peligro su propia vida. El día que consiguieron, con la ayuda de la policía local y los bomberos acceder a la vivienda, lo que encontraron les sobrecogió el alma.
Todo el lugar parecía patas arriba, había restos de comida sin recoger por la cocina y la mesa del salón, entre papeles de todo tipo como artículos de revistas, periódicos y artículos impresos de páginas de Internet. Las paredes de la casa estaban repletas de anotaciones de todo tipo, algunas de ellas debían formar parte de su investigación, otras eran conjeturas sobre el poder ancestral de los espejos, accesos a través de ellos a dimensiones paralelas, otros mundos o el más allá. Otra de las cosas que Martín parecía haber apuntado eran nombres y apellidos de personas, podrían haber decenas de nombres acompañados todos ellos por una cruz negra y símbolos incomprensibles. El olor que impregnaba el lugar tampoco era nada agradable y no hacía presagiar nada bueno.
Los bomberos al llegar al baño finalmente encontraron el cuerpo de Martín tirado al lado de la bañera. Aquella imagen heló la sangre de los que lo descubrieron. Martín estaba blanco como la nieve, incluso su pelo tenía un aspecto canoso. Aunque lo más extraño de todo, lo más sobrecogedor fue el gesto de su cara. Martín parecía haber muerto literalmente de miedo, con la boca desencajada y los ojos abiertos como platos, que transmitían auténtico terror. Su cara delgada y tensa, igual que su cuello, aún hacía estremecer a quién contemplaba aquella escena. Cuando un agente de policía que se encontraba en el lugar quiso ver donde detuvo Martín su última mirada, vio como el espejo del baño que había estaba tapado con papeles, ahora quedado al descubierto por una parte. Esa pequeña parte reflejaba la imagen de Martín.
¿Pudo haber muerto Martín Guitard al contemplar su reflejo degradado por culpa de su propia obsesión? ¿Realmente su investigación le sugestionó de tal forma, que llegó a creerse todas esas supersticiones? o, de lo contrario, ¿Acabó muerto por culpa de la maldición de los espejos? Estas fueron, curiosidades de la vida, las preguntas que complementaban el título de la gran noticia de portada de la revista donde trabajaba, pero en lugar de ser él su autor, terminó por ser su fatal protagonista principal.
Aquel suceso causó tal impresión a la familia, que los marcó
de por vida. Lucía no volvió nunca más a pisar aquel apartamento y
decidió destruir todos los espejos que pudieran haber tenido en aquel
lugar. Dicen que la revista, que consiguió hacerse con toda la
documentación recopilada por Martín, no lo publicó todo. Entre todas
aquellas cajas, carpetas y ficheros de ordenador, encontraron unas
grabaciones con el título de "Voces en casa", seguido de las fechas de
cuando fueron grabadas. Dicen que los miembros de la redacción de
aquella mítica revista de misterios, quedaron completamente
aterrorizados del contenido de aquellas grabaciones. Pero claro, esto
como todo lo demás, puede ser solo una leyenda... o no.
FIN.
FIN.
Comentarios
Publicar un comentario
Si quieres comentar, adelante, pero siempre con respeto. ¡Gracias!