La leyenda de los leones de Tsavo.

La construcción del Ferrocarril de Uganda entre 1896 y 1901, que unía el puerto de Mombasa con Kisumu en la orilla del Lago Victoria, ambas hoy en día situadas en Kenia, estuvo plagada de problemas y polémicas. Un terreno complicado, una inversión desorbitada que hizo que la construcción fuera conocida popularmente como la “Lunatic Express”, la falta de mano de obra, motines de trabajadores, conflictos con los masái entre otras etnias locales o enfermedades como la malaria y la disentería pusieron las cosas difíciles a los británicos. Aunque otra cosa bien distinta, aterró a cientos de trabajadores que vivieron una auténtica pesadilla.


En el ecuador de su construcción, una inesperada complicación trajo de cabeza a los responsables del Ferrocarril. Dos leones macho del Tsavo, una variante del león africano en el que los machos no portan la característica melena, debido a una evolución natural a su entorno, provocó desde retrasos, perdidas económicas y muerte.


Estos leones mostraron desde el primer instante una falta total de miedo contra el hombre, el fuego y sus armas siendo su modus operandi atacar por las noches de forma silenciosa, tras atravesar el cerco espinoso que delimitaba y, teóricamente, protegía a los trabajadores del ferrocarril, capturando a decenas de ellos y arrastrándolos hasta el exterior del mismo y devorarlos vivos.


La mayoría de aquellos trabajadores eran indios, llegados de la antigua colonia británica, ante la falta de mano de obra que se encontraron en el lugar. Precisamente, en marzo de aquel año, llegaba hasta el Tsavo John Henry Patterson, Coronel del ejército británico, irlandés de nacimiento e ingeniero militar de profesión, para liderar la construcción de un puente que hiciera cruzar las vías del tren sobre el río del Tsavo. A su llegada se produjeron los primeros ataques, por lo que Patterson fue testigo directo del problema que suponían esos “devoradores de hombres”.


Es por ello que Patterson decidió terminar con aquella situación y los problemas que generaba, organizando una cacería que le llevaría nada más y nada menos que nueve meses. Partterson ideó trampas de toda clase y montó guardia noches enteras subido a árboles, pero nada parecía detener a aquellos leones. Era tal la desesperación, que llegó a ordenar no recoger a los muertos del suelo para que sirvieran de cebo, pero ni con eso conseguía atraer a las bestias. Los ingleses llegaron a pensar que aquellos leones eran más inteligentes que cualquier otro animal, puesto que parecían ir uno o dos pasos por delante de ellos siempre. Cuando Patterson montaba guardia en uno de los campamentos, los leones atacaban ferozmente el otro.


Aquella pesadilla, que incluso llegó a provocar que los trabajadores se amotinaran el 1 de diciembre, paralizando los trabajos durante tres semanas, comenzó a ver su final el 9 de diciembre de 1898. Apostado en altura y debidamente oculto, Patterson abatió al primero de los dos leones, un macho de 2,95 metros de largo, tras utilizar como cebo el cadáver de un asno. Veinte días más tarde, lograría acabar con el segundo tras nueve disparos, al atraerlo a los cuerpos de unas cabras.


Después de darles caza, los trabajos se retomaron finalizando en 1901. Sabedor de lo que aquellos leones representaban, Patterson quiso conservar las pieles de ambos leones, hasta que en 1924 las vendió al museo Field de Chicago. El propio Patterson escribiría un libro donde relataría su experiencia.



Mucho se especuló sobre los motivos que llevaron a los leones a comportarse de aquella forma. Los nativos aseguraban que los leones eran los espíritus de antiguos jefes tribales enfadados con la construcción del ferrocarril, mientras que la ciencia teorizó con la posibilidad de que una peste bovina redujera drásticamente sus presas habituales, que estaban acostumbrados a atacar caravanas de esclavos o que tuvieran una infección en los dientes, que les impidiera cazar a sus habituales presas. Sea cual fuera la explicación, lo cierto es que el terror y consecuencias que desataron aquellos dos leones durante aquellos nueve largos meses, fraguaron la leyenda de los devoradores de hombres del Tsavo, que aún hoy perdura.




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