El primer payaso triste, Joseph Grimaldi y su trágica vida.

Joseph Grimaldi es considerado el primero, mejor y más representativo de todos los payasos contemporáneos. Aunque tanta fama y reconocimiento adquirido no fue suficiente para que tuviera una vida feliz y plena. Conoce al primero de los payasos tristes y su triste vida. 


Joseph Grimaldi nació en el seno de una familia de artistas el 18 de diciembre de 1778, en Clare Market (Londres). Su padre, de nacionalidad italiana, fue maestro de ballet en el teatro Drury Lane y su madre, fue una bailarina del Cuerpo de Ballet del mismo teatro. Con tan solo 2 años y 11 meses Joseph Grimaldi comenzó a trabajar en el teatro Sadler’s Wells de la mano de su padre, un padre duro, severo y exigente que incluso resolvía con palizas las típicas “indisciplinas” de un crío de esa edad. Se cuenta de él a esa edad que logró devolver el habla a un marinero que llevaba años mudo y que, tras contemplar su espectáculo, se partió de risa.

Con 9 años tuvo que asumir la muerte de su padre, que dejó a su familia con numerosas deudas y con el único sustento de su talento innato para hacer reír. Desde entonces no dejó de trabajar, labrándose poco a poco reconocimiento y fama interpretando a su alter ego, el payaso Joey, que le permitió trabajar en los teatros de referencia de la época de Londres.

A Grimaldi se le atribuye incorporar la que se conoce como la tradición del Pierrot de la Commedia dell’Arte, pero con matices que revolucionarían y modernizarían el concepto del payaso o clown como el asumir el rol de payaso triste, interactuar con su público y hacerle partícipe de sus números cómicos.

Ya de mayor Grimaldi sufriría varios reveses que marcarían su vida y sus propios números. Se casó en dos ocasiones y en ambas enviudó, de dos hijos que tuvo uno murió al nacer y el otro murió antes que él alcoholizado. Se dice de él que para disimular las arrugas de tristeza, que iban apareciendo en su rostro debido a todas aquellas dificultades, se pintaba la cara de blanco para disimularlas. De sus memorias escritas por el propio Grimaldi y que tras su muerte, fueron revisadas y corregidas por un joven Charles Dickens, que aún firmaba sus obras con el pseudónimo Boz, se describía a caballo entre la novela y la autobiografía, la historia de éxito, fama y tristeza de Grimaldi que hizo reír y disfrutar a tantos con su payaso Joey: “A muchos lectores les parecerá absurdo que un payaso fuese un hombre tan sensible y refinado, pero así era Joe Grimaldi, quien sufrió tremendamente por culpa de su enfermedad y de sus muchos infortunios”. Relataba Dickens en dichas memorias.

Y es que el final su vida no pudo ser más trágica e infeliz, pues Grimaldi tras años enganchado a la botella, acabó postrado en una silla de ruedas aquejado de artritis y teniendo que realizar sus espectáculos sentado. Poco a poco su luz en los escenarios se iría apagando hasta el punto de acabar en la mismísima indigencia, donde el hambre, el frío y la soledad serían su compañía el día de su muerte el 31 de mayo de 1837 a la edad de 58 años. 


Pese a todo su figura es incluso hoy en día, más de 180 años después de su fallecimiento, venerada por sus seguidores y profesionales del arte del Clown, que se reúnen llegados de diferentes puntos de las islas británicas y el mundo, cada primer domingo de febrero desde 1947 en la iglesia de Todos Los Santos de Haggerton en Londres, para celebrar una misa en su honor. Posiblemente la única misa donde las bromas, el humor al más estilo Clown, las ropas coloridas, los zapatos gigantes, las bocinas y las caras pintadas con enormes sonrisas o muecas tristes, pero divertidas, están más que permitidas.


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